INEVITABILIDAD
La pesadilla había sido espantosa. Aquél adolescente de diez y seis años que era yo en ese momento, caminaba errante por un bosque en horas del amanecer. La temperatura había bajado y el frío otoñal, mezclado con el ocre del follaje en el que rebotaban los tenues rayos solares, hacía necesario que encontrara algún lugar donde guarecerme.
A poco de andar, llegué a una pequeña construcción, no recuerdo bien si era de madera o tenía también algo de cemento, entré y para mi asombro, al lado de la puerta de metal había una llave de luz. ¿Raro verdad? Perdida entre los árboles y alejada de la civilización, se erigía algo similar a una casa que contaba con electricidad. Rápidamente accioné el interruptor con la esperanza de ver bien el lugar. Al prender la luz y mirar el ambiente que me rodeaba, mis gritos de espanto resonaron con fuerza: ante mí, yacía imponente una sucesión de féretros apilados en estantes, situación que se repetía en cada una de las paredes de mi ocasional morada. Pude escapar, pero la impresión, el ahogo y la angustia de haber estado involuntariamente dentro de una bóveda funeraria, fue lo que me hizo despertar y de este modo, recobrar la tranquilidad necesaria para comenzar un nuevo día. Pasaron los años y aquellas imágenes horrorosas seguían circulando por mi mente sin poder quitármelas, como algo que en definitiva no molesta aunque que siempre está…; pero el destino, ineludible por esencia y partícipe principal en el oficio de hacernos confundir realidad con ficción, quiso materializar las escenas oníricamente sufridas por mí. -Lamento la pérdida señor, acompaño a usted y a su familia en el sentimiento. Pase por favor a la sala contigua-, me dijo el dueño de la funeraria,- allí, entre todos los que verá, podrá elegir el féretro para su padre. El lugar está oscuro, pero enseguida le enciendo la luz”.
EL PROCÓNSUL
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No tenía otra opción, el cuchillo se introducía una y otra vez en mi pecho, aquel loco gritaba y arremetía con todas sus fuerzas, sentía como se partían mis huesos por el filo de aquella diabólica arma que no dejaba de robarme la vida , mis músculos relajados por los cortes no respondían al dolor, solo el miedo a la muerte, que llegaba poco a poco, me asfixiaba ,la sangre me brotaba desde todas mis heridas, estaba inmóvil, sólo podía ver horrorizado como subía y bajaba frenético el acero asesino, mis estertores hacían estremecer el cuerpo que poco a poco dejaba de ser mío, las piernas a todo lo largo obedecían a reflejos incoherentes, mis gritos se escapaban por las heridas en forma de burbujas de aire, y moría, moría……El dolor ya no existía ,era mas bien una sensación de entumecimiento general, sólo mi cerebro continuaba tratando de encontrar el esclarecimiento de la inexplicable situación, aquel hombre no dejaba de gritar y cansado de apuñalarme ahora se dedicaba a sacar mis tripas al aire, enloquecido, el individuo metía sus manos una y otra vez en mi estomago y retorcía al mismo tiempo que tiraba con fuerza, los latidos de mi corazón cada ves lo escuchaba mas tenues, estaba seguro que mi muerte era inevitable , del pánico pasé a la tristeza, muchos de mis planes quedarían sin realizarse, me di cuenta además que no le dije a mi esposa cuanto la amaba ,fui egoísta, entonces una lagrima roja sentí rodar por mi mejilla de difunto . Escribo esto desde el cielo.
RASULE
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ALGO EN MEDIO DE LA NOCHE
El compromiso conmigo era pasar la noche en aquella soledad. Después de las risas y las promesas a mis amiguitos y especialmente a mi hermosa enamorada, lo había jurado, no tendría miedo, y contaría al otro día como me enfrentaba a los supuestos espíritus malignos, solo y dentro de aquella terrible negrura. Cuando todos me dejaron aún era de tarde, la oscuridad todavía no me había tragado, me recosté a un árbol respirando profundamente, esperando que la noche fuera rápida y benigna, así estuve no se que tiempo, me espabilé del letargo muy avanzado en el tiempo, un ruido me acabó de despertar y el sonido de mi corazón me confundía los sentidos, con los ojos entrecerrados miré a mi alrededor, Ya las sombras habían avanzado demasiado para mi edad, estaba en medio de un bosque alejado de mis amigos y de la protección de mis padres, ya no había retorno y las siluetas acompañadas de extraños murmullos comenzaron a formar en mi el torbellino del creciente espanto, yo estaba ubicado en un pequeño claro, se me antojaba estar cercado por espíritus que me acosaban y estudiaban, no sabía con certeza que hora podría ser y trate de imaginarla, no podía mover las piernas, pues estaba petrificado, temía incluso moverme para no llamar la atención del algo que estuviera cerca, fue en ese momento que sentí arrastrarse un cuerpo, mire en dirección al sonido ,efectivamente “algo” venía hacia mi, el cuerpo se apreciaba redondo, llamaba la atención pues dentro de aquella oscuridad resaltaba el color blanco amarilloso, mientras mis ojos trataban de encontrar el parecido con algo natural, mi corazón quería salirse de mi pequeño pecho, mí respiración se había acelerado tanto que ya me dolía respirar, aquello se movía hacia mi ,estaba ya a pocos pasos ,entonces los gemidos que emitía se clavaron en mis oídos quitándome cualquier esperanza de estar viendo visiones, aquello ya estaba cerca de mi, y solo a medio paso se detuvo, se me había olvidado respirar, mis piernas no existían, mis brazos no respondían a mi llamado, solo los ojos no podían dejar de ver ,aquello comenzó a erguirse justo delante, cerré los ojos con fuerza para evitar aquella visión, fue cuando su respiración caliente y maloliente me comenzó a rodear ,primero, en mi misma cara ,después en mi cuello, mí espalda, mí estomago, mis genitales, yo había soportado todo aquello con un nudo de dolor en la garganta, mí cuerpo no respondía a nada, sentía un frío de muerte pero a la vez sudaba copiosamente, mis ojos seguían cerrados aunque ya no sentía aquel “algo” cerca de mí, no me atrevía a abrir los ojos, pero tarde o temprano lo haría, entonces lo hice y aquel “algo” estaba delante de mi, a escasos centímetros, una gran boca se comenzó a abrir desmesuradamente y un chillido de muerte me atravesó rompiendo hasta el ultimo de mis valores.
Los niños al llegar me despertaron, ya era de día, aplaudiendo mi valentía, pero yo jamás he podido hablar
RASULE
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EL FREEZER
Leandro despertó sudoroso y con
palpitaciones; comprobó que había tenido otra pesadilla. Todas las
noches se repetía la misma escena. Después quedaba el desasosiego,
la opresión en el pecho. “¿Qué ocurre mi amor?”, reaccionó
soñolienta la esposa.
_ Tuve otro sueño horrible. Llevo noches
con lo mismo.
“Cálmate, viejo. ¿Y qué sueñas?”,
no contestó, se veía asesinándola; en ocasiones la asfixiaba con
la almohada, otras veces la estrangulaba. Se levantaba, cargaba el
cuerpo y lo introducía en el freezer de dos toneladas que tenía en
la cocina; lo cubría con hielo y cerraba el equipo con llave.
Después se acostaba nuevamente, como si no hubiera ocurrido nada.
Entonces, veía la mano de Célida aferrada a su cuello, mientras le
decía, con voz ronca y distorsionada: “¿Por qué me hiciste eso
mi amor?”, en ese momento despertaba.
_ Hoy iré a la consulta del psicoanalista.
Si no lo hago, me volveré loco.
“¿Cuándo comenzaron las pesadillas?”,
inquirió el facultativo.
_ Después que compré el freezer.
“¿Usted ve la nevera, mientras duerme?”
Hizo un gesto afirmativo, y explicó en qué
consistían las pesadillas.
“Solo hay una forma de evitar que
continúen: deshágase del mueble”.
Leandro guardó silencio. Llegó a la casa
sosegado. Miró la rugosa cara de su mujer, que lo esperaba ansiosa.
Mucho tiempo atrás, había llegado a la conclusión de que sentía
fobia por aquel rostro achacoso, maltratado por los años.
“¿Cómo te fue con el médico?”,
indagó la infeliz.
_ Nada del otro mundo -dijo mientras tomaba
una decisión: no se desprendería del equipo.
Al llegar la noche, esperó hasta sentir
los ronquidos. Entonces, en un movimiento ágil, se viró hacia la
esposa, colocó la almohada en su rostro y apretó con fuerza. Evitó
sus uñas, sus pataleos, y esperó el silencio, la inmovilidad, el
fin.
Más tarde cargó a la desventurada, la
introdujo en la nevera, cubrió el cuerpo de hielo, cerró el equipo
con llave y se acostó. Estaba eufórico.
De repente, sintió algo apoyado en su
pecho. Abrió los ojos y la oscuridad le impidió visualizar a
plenitud. Sabía que la habitación estaba cerrada. Un escalofrío
recorrió su cuerpo, trató de incorporarse, pero una mano lo
comprimía en el colchón; otra, fría y húmeda, se aferró a su
garganta. Sintió los dedos que atenazaban su cuello, quiso hablar.
Entonces escuchó su voz estentórea:
_ ¿Por qué me hiciste eso, mi amor?
Trató de defenderse, una fuerza descomunal
apretó su cuello, hasta fragmentar cada articulación. El silencio
nocturno era interrumpido, por chasquidos de huesos y cartílagos, al
ser quebrantados. En infinita agonía, sintió que la vida escapaba.
Días después se halló el cadáver
putrefacto, la cabeza pendía del cuerpo por tendones, alrededor del
cuello infinidad de minúsculos huesos astillados.
Al abrir el freezer, fue encontrado,
intacto, el cadáver de Célida. Nunca los investigadores pudieron
comprender por qué, entre las manos congeladas de la mujer, había
pequeños huesecillos pertenecientes al cuello de Leandro.
ALEX
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VENDRÉ POR TI
Eran apenas las cuatro de la madrugada. Alguién tocó la puerta de su habitación. Se asomó por la ventana. Contempló la figura de un hombre extraño. Bajó corriendo y, asustado, salió a ver qué se le ofrecía, mas aquél ya se iba. Sólo captó su silueta en la lejanía del farol encendido en esa lobreguez; llevando en los brazos a una mujer de cabello largo y rostro triste que mantenía su mirada fija en él. Se aterrorizó. Quiso gritar y no pudo, sus pies flaquearon haciéndole desfallecer. Al volver a su estado normal, sin saber por qué; caminó hasta el cuarto de su madre. La saludó. No le contestó. Lentamente; paso a paso, fue acercándose a ella... tenía los ojos abiertos, las manos frías y no respiraba... ...Toda la vida fue perseguido, era víctima de acoso. Una tarde de calor insoportable decidió huir llevando consigo algunas monedas envueltas en un papel. Partió rumbo a predio desconocido. Había escapado de sus transgresores, pero no sabía a dónde ir. Entre el tráfico de vehículos cruzaba corriendo con la gente. La ciudad era grande. Nadie se fijó en él. Abordó un camión sin importarle el destino. Se acomodó en uno de los asientos traseros. Un pasado doloroso atravesó su mente y, recordó una experiencia vivida que le causó llanto. Se tranquilizó cuando el sueño lo dominó. ... La noche se había apoderado del día y el reloj marcaba las 10:45 pm. Minutos después, despertó observando el camión y vio algo que le causó pánico. Se sobresaltó. Al bajar, alguien lo miró fijamente; el rostro del individuo le fue conocido. Aquél le sonrió hipócritamente detrás de la ventanilla. Y éste se quedó solo en la carretera, escuchando el ruido del camión alejándose de la soledad nocturna, presintiendo la muerte cerca de los callejones... |
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LITERALMENTE
Le acariciaba la cara y le besaba. Le despeinaba el pelo y paseaba mi lengua por su mejilla. Respiré su olor hasta tal punto que corría por mis venas. Acariciaba su cuerpo. Mordía su cuello. Lamía su sangre. Volvía a hundir en su pecho mi cuchillo, una vez más. Y otra. Y mil más. Y volvía a besarle. A acariciarle. Y paseaba mi lengua por el filo del metal. Sentía crujir bajo mí sus huesos. Clavaba en él mis uñas. Cortaba su piel. Y yo sonreía, manchada hasta el alma de su sangre. Y reía, de placer, de felicidad, mientras él yacía tumbado y me miraba con ojos vacíos. Yo le decía palabras bonitas al oído, y él casi lloraba de amor. Le juraba que le amaba y él casi me sonreía, mientras su sangre pura y roja corría por las sábanas, tiñendo de granate nuestro lecho de lujuria y noches de amor y canciones tristes. Y yo le cortaba el cuello. Y su sonrisa se desvanecía mientras empapaba de salpicaduras rojas mi camisón blanco. Pero él no moría. Sólo jugaba a quererme a mi manera. Para siempre. Y yo renacía en cada aterradora y gélida mirada, en cada intento frustrado de articular palabra, en la manera en que la sangre resbalaba por las comisuras de sus labios mientras trataba de hablar, pues yo sé que sólo quería decirme cuánto me amaba. Y ponía mi dedo sobre su boca, y volvía a besarle, como nadie, como nunca, mientras encharcaba mis huesos vaciando en mí su vida. Que más me daba que el corazón no latiera. Yo sabía que él seguía jugando conmigo. Queriéndome tan intensamente. Que no iba a abandonarme sólo por estar casi decapitado. Porque yo sabía que cuando él me decía “por ti pierdo la cabeza”, era literalmente.
ITX
Sayani maldijo en quechua y aimara sabía que, aunque lo había desorientado momentáneamente, el alado demonio negro continuaría persiguiéndolo a través de los laberínticos subterráneos de Choquequirao. A la luz mortecina de la antorcha se supo finalmente acorralado. La única vía de escape posible era el Puente del Destino.
El Puente del Destino que se extendía a través de ese profundísimo abismo, cuyo fondo ni siquiera alcanzaba a verse, tan sólo se podía escuchar el atronador rugir de aquel furioso torrente que lo atravesaba en medio de las tinieblas. El Puente del Destino: ningún hombre había conseguido atravesarlo jamás, según rezaba la antigua leyenda. Era tan delgado y más afilado que un tumi (el cuchillo ceremonial que se utilizaba para degollar a los prisioneros de guerra). Sayani se armó de valor diciéndose que si había alguien que podía hacerlo era él. Él, cuyo nombre quechua significaba “yo me mantengo en pie”. Sayani, el chasqui infatigable que, al servicio de los Incas, había recorrido todos los rincones del Tahuantinsuyo, hasta que el grosor de las plantas de sus pies superó con creces la dureza de las pezuñas de la llama. Tal como había sospechado, el alado demonio negro volvió para acosarlo en el preciso instante en que se aprestaba a emprender la incierta travesía. Lo ahuyentó, una vez más, agitando la antorcha y arrojándole algunos guijarros. El demonio alado optó por retirarse, podía permitirse el lujo de ser paciente. Sayani acumuló una buena provisión de guijarros en un bolsillo que improvisó con su taparrabos, la transpiración se le heló en los genitales desnudos… Colocó el primer pie sobre el afiladísimo Puente del Destino, el grueso callo plantar resistió tal cual lo había previsto. Colocó el segundo pie con idéntico resultado. Manteniendo milagrosamente el equilibrio, desplazó el primer pie por delante del segundo y viceversa… Imposible llevar una cuenta exacta de las veces que tuvo que repetir aquella arriesgada operación. Cuando ya columbraba el extremo opuesto del Puente del Destino, la antorcha acabó por extinguirse. La oscuridad se abatió, ominosamente, sobre Sayani que sintió cómo se le erizaba hasta el último vello. El demonio alado, que acechaba en las tinieblas, atacó nuevamente. Si bien Sayani lo presintió y logró frustrar su funesto propósito de precipitarlo en el profundo abismo, no pudo, sin embargo, evitar caer sentado a horcajadas encima del Puente del Destino… El filo se detuvo recién al llegar al esternón.
HUÁSCAR
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EN EL OTRO LADO
El horror acababa de comenzar.
Lo sabía por aquella luz cegadora, aquellos fulgurantes rayos de sol que se asomaban ladera arriba tiñendo de verde y tibieza todo el paisaje. Un amanecer donde no estaba solo; poco a poco, subían desde aquellos senderos ruidosos habitantes, emitiendo extraños ruidos. Correteaban y bailaban cogidos de las manos, entre estridentes cánticos festivos y ajenas cacofonías que identificó como risas. Alejándose de aquella algarabía, encontró a otros personajes que descansaban en la tarde interminable junto a arroyos que rielaban con intermitente esplendor y un murmullo sosegado, formando el monótono acorde de la primavera; Junto a sus orillas, algunas parejas se hacían mil y una promesas de amor eterno y buenas intenciones, mientras celebraban el rito de la vida entre caricias y abrazos. Huyó de la escena una vez más, encontrando en el crepúsculo carmesí a cientos de habitantes uniéndose junto a enormes hogueras que alejaban las sombras. Cientos de caras sonrientes, reflejando la luz del fuego, que danzaban y coreaban al unísono estridentes acordes de instrumentos musicales que marcaban un ritmo de fastuosa alegría, un ensordecedor ruido que aumentaba a cada carcajada. Carrusel que le iba rodeando con ojos brillantes de dicha y fulgurantes sonrisas, mientras sus pies iban marcando una acelerada danza que se aproximaba con brazos que buscaban estrecharle, echándosele encima irremisiblemente, cubriendo su menudo cuerpo, poco a poco, con lacerante cariño, hasta que ya no pudo ver nada... Y cuando parecía que ya nunca podría escapar de aquella fiesta sin fin, abrió los ojos con un alarido entrecortado, rasgando el velo del sueño y devolviéndole, al fin, a la vigilia. Su lecho estaba sumido en la impenetrable oscuridad de la mitad de la noche, cuando parece que el día queda lejos y nunca va a llegar, una sensación que era acompañada de una atmósfera con un silencio tan quedo y anómalo que sólo puede ser provocado por criaturas que aguardan en rincones, dentro de los armarios y debajo de la cama. Lentamente, se abrió paso entre el silencio el leve murmullo de seres ignominiosos que reptan, con uñas que rasgan el éter y hacen crujir la madera con pasos lentos y cuerpos que se arrastran a los pies de la cama. Sabía que aquellos susurros, con mensajes ininteligibles donde apenas podía adivinar su propio nombre, no eran sino la evidencia de que ya no estaba solo en la habitación. En unos instantes, algunos gélidos dedos tirarían lentamente de sus sábanas. Probablemente ya le habían rodeado. El hedor a cosas muertas ya inundaba todo el ambiente. La noche sería eterna, y allí, consciente por fin de que había despertado, se regocijó en la placidez de las sombras. Como todos los niños, no tardó en olvidar los detalles de su pesadilla y, dejándose arrullar por el invisible coro que llenaba su alcoba, gritó feliz junto a los suyos. | ||
Nandy
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PONERSE A SALVOAna oyó los gritos despertó abrió la puerta apenas unos centímetros vio extraños en casa Mama y papa peleaban se defendían quedo paralizada unos segundos solo unos segundos mama vio hacia la puerta donde ella estaba Ana entendió corrió , salió por la ventana se escondió en la casa que está a un lado de la suya, que ya hace tiempo estaba desocupada un escalofrió recorrió su cuerpo todo ahí estaba infestado de cucarachas no lo pensó se introdujo se le empezaron a subir sentía sus asquerosas patas por todo el cuerpo quiso gritar se tapó la boca fuerte mientras se mordía los labios las cucarachas estaban en su pelo en la cara en los pies por todas partes ,pero los gritos en su casa se seguían oyendo , su mente era un caos no entendía nada!! el corazón le latía fuertemente Ana no sabía qué hacer ,trato de ver a su alrededor pero estaba tan oscuro a ratos solo se quitaba las cucarachas daba vueltas sin saber que hacer telarañas y patas picantes bultos sombras y ese olor hediondo de animal muerto, a humedad todo estaba ahí, Ana cerraba los ojos y trataba de pensar que estaba en su suave cama con olor a flores donde al abrir los ojos conocía cada uno de los rincones y los muñecos que la acompañaban ,nada que ver con esta realidad la oscuridad tomaba cada vez más, formas insospechadas terroríficas Ana empezó a jadear no podía respirar fue cuando vio unos ojos que la veían directamente era una enorme rata, Ana se fue haciendo pequeñita ,el aire no entraba ya en su garganta ya no pensaba en nada ni en sus padres solo quería respirar…………….se oyeron las sirenas alguien llamo a la policía por los gritos en la casa, resulto que atraparon a los perpetuadores ,pero donde esta Ana empezaron a llamarla sin repuesta buscaron por toda la casa por toda la colonia lo vecinos gritaban su nombre en las calles los perros ladraban no encontraban a Ana, fue después de muchas horas que a alguien se le ocurrió buscar en la casa abandonada …… estaba ahí la trataron de cargar pero daba de manotazos no permitía que nadie la tocara le hablaron le dijeron que todo estaba resuelto que todo estaba bien que había sido muy valiente , ella no respondía miraba a la nada y sin permitir ni el más pequeño roce con nada ni las manos de sus padres ¡! nada!! Ella estaba ¡a salvo! … Pero su mente se perdió en aquella oscuridad quien sabe cuándo podrán rescatarla……….. |
---------------------------------------------------------------CENTRO COMERCIAL
El Centro Comercial había quedado en penumbra. El guarda seguía su recorrido de costumbre cuando, súbitamente, alguien comenzó a llamar a la enorme puerta de cristal de la entrada principal. Realmente no era un sonido fuerte, pero en medio del denso silencio reinante, ese golpeteo llamó la atención al guarda, que se volvió sobre sus talones y comenzó a caminar lentamente hacia la salida. No era la primera vez que el director del centro iba a horas intempestivas, quizá olvidó algo urgente para el día siguiente, pero a medida que se acercaba a la puerta se convenció totalmente de que no era alguien conocido, es más, no era alguien bueno.
Una sombra negra se alargaba hasta la mitad del hall, y hasta que no estuvo a menos de cinco metros no pudo asegurar que se trataba de un hombre, tan corpulento como él, vestido de negro y con un sombrero de ala negro. Aún así no pudo apreciar con nitidez sus facciones, el vaho en el cristal y la luz que desde la calle ensombrecía el rostro del extraño.
- ¿Quién es? – El silencio fue la respuesta, tan sólo el cristal empañándose con la respiración del extraño. - ¿Qué quiere?
Con extrema lentitud, el extraño sacó su mano del abrigo y señaló la cerradura. Entonces reparó en sus ojos. Aquellos ojos exigían, dominaban, le ordenaban que abriera la puerta. Un terror sin nombre se apoderó de él. Su mano temblorosa asió el manojo de llaves y abrió la puerta.
Tan solo durante unos breves instantes aquel hombre le mantuvo la mirada, lo suficiente para que la locura se apoderara del guarda.
Sin hacer el más mínimo ruido el extraño se dirigió al fondo del hall, donde extrajo un pico de un saco que hasta entonces no había visto el guarda.
Después de esto los recuerdos del guarda se volvieron confusos. Como en una pesadilla recordaba haber hecho un agujero en el suelo, abriéndose paso entre mármol y hormigón, que dieron paso a una tierra mucho más blanda. Después aún más vagamente creía recordar cómo extrajo un saco de la tierra, el saco contenía un cuerpo, su olor era pútrido, y cuando lo echó sobre su hombro creyó advertir que aquello respiraba.
El extraño observó inmóvil hasta que el guarda hubo extraído el cuerpo, y cuando lo tuvo en su poder lo cogió y, a medida que se iba distanciando, un extraño adormecimiento se adueñó del guarda hasta sumirlo en un profundo sueño.
Esto era lo que el pobre hombre contaba a todo aquél que quisiera escucharlo en el centro estatal de enfermos mentales, donde siguió aterrado sin poder dormir hasta que unos meses más tarde su cuerpo no lo soportó más y falleció.
Entre risas los trabajadores del Centro Comercial contaban las historia del guarda que enloqueció, pero nadie pudo explicar cómo pudo romper en una noche aquel suelo y cavar tan profundo, así como tampoco nadie supo decir quién había dejado allí aquel ataúd medio podrido.
HARRY HALLER
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UNA EXTRAÑA VISITA
Aturdido miró la hora en el despertador de la mesita de noche: las tres de la mañana, anunciaba. Su mujer dormía plácidamente, aovillada a su lado. Pensó que debía de tratarse de algún vecino que volvía a casa demasiado cargado de alcohol y no encontraba ni su propio domicilio. No era la primera vez que le ocurría algo así.
Un nuevo y sonoro ding-dong recorrió la casa. Su esposa ni tan siquiera se inmutó. Siempre había envidiado la forma tan intensa y placentera que tenía de dormir. Él, en cambio, ni con pastillas lograba dormir una noche del tirón.
Tras unos instantes de reflexión, optó por levantarse para comprobar qué era lo que estaba sucediendo. Se incorporó, malhumorado. Tratando de encontrar las zapatillas en la oscuridad, para no asustar a su mujer innecesariamente.
Pero cuando llegó hasta la puerta de entrada, pudo ver un enorme charco de sangre justo en el umbral, como si al otro lado se estuviese produciendo un asesinato. Poco a poco, un reguero de color escarlata se aproximaba hasta sus pies.
De nuevo, el timbre volvió a sonar. La sangre, al mismo tiempo, se esfumó como por arte de magia. Decidió que lo mejor sería llamar a la policía y que esta tomase cartas en el asunto. Al regresar al dormitorio en busca del teléfono, un grito ensordecedor emergió de su interior.
Su mujer yacía desangrada sobre la cama, con la yugular y ambas muñecas sesgadas. Con la sangre derramada, alguien había hecho una siniestra inscripción en la pared frontal de la habitación:
“La Muerte te acecha, ¿serás tú el siguiente?”.
Un grito sordo… La realidad se tornó espesa, gutural, oscura…. Y de repente, la oscuridad. Un último golpe se oyó en mitad de la estancia, mientras en la calle, se respiraba una tenebrosa calma. Al mismo tiempo, una extraña sombra, no asida a ningún cuerpo, corría calle abajo, disipándose al girar la esquina.
ESMERALDA
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El Centro Comercial había quedado en penumbra. El guarda seguía su recorrido de costumbre cuando, súbitamente, alguien comenzó a llamar a la enorme puerta de cristal de la entrada principal. Realmente no era un sonido fuerte, pero en medio del denso silencio reinante, ese golpeteo llamó la atención al guarda, que se volvió sobre sus talones y comenzó a caminar lentamente hacia la salida. No era la primera vez que el director del centro iba a horas intempestivas, quizá olvidó algo urgente para el día siguiente, pero a medida que se acercaba a la puerta se convenció totalmente de que no era alguien conocido, es más, no era alguien bueno.
Una sombra negra se alargaba hasta la mitad del hall, y hasta que no estuvo a menos de cinco metros no pudo asegurar que se trataba de un hombre, tan corpulento como él, vestido de negro y con un sombrero de ala negro. Aún así no pudo apreciar con nitidez sus facciones, el vaho en el cristal y la luz que desde la calle ensombrecía el rostro del extraño.
- ¿Quién es? – El silencio fue la respuesta, tan sólo el cristal empañándose con la respiración del extraño. - ¿Qué quiere?
Con extrema lentitud, el extraño sacó su mano del abrigo y señaló la cerradura. Entonces reparó en sus ojos. Aquellos ojos exigían, dominaban, le ordenaban que abriera la puerta. Un terror sin nombre se apoderó de él. Su mano temblorosa asió el manojo de llaves y abrió la puerta.
Tan solo durante unos breves instantes aquel hombre le mantuvo la mirada, lo suficiente para que la locura se apoderara del guarda.
Sin hacer el más mínimo ruido el extraño se dirigió al fondo del hall, donde extrajo un pico de un saco que hasta entonces no había visto el guarda.
Después de esto los recuerdos del guarda se volvieron confusos. Como en una pesadilla recordaba haber hecho un agujero en el suelo, abriéndose paso entre mármol y hormigón, que dieron paso a una tierra mucho más blanda. Después aún más vagamente creía recordar cómo extrajo un saco de la tierra, el saco contenía un cuerpo, su olor era pútrido, y cuando lo echó sobre su hombro creyó advertir que aquello respiraba.
El extraño observó inmóvil hasta que el guarda hubo extraído el cuerpo, y cuando lo tuvo en su poder lo cogió y, a medida que se iba distanciando, un extraño adormecimiento se adueñó del guarda hasta sumirlo en un profundo sueño.
Esto era lo que el pobre hombre contaba a todo aquél que quisiera escucharlo en el centro estatal de enfermos mentales, donde siguió aterrado sin poder dormir hasta que unos meses más tarde su cuerpo no lo soportó más y falleció.
Entre risas los trabajadores del Centro Comercial contaban las historia del guarda que enloqueció, pero nadie pudo explicar cómo pudo romper en una noche aquel suelo y cavar tan profundo, así como tampoco nadie supo decir quién había dejado allí aquel ataúd medio podrido.
HARRY HALLER
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UNA EXTRAÑA VISITA
"...Y de repente, alguien llamó a la puerta"
Un nuevo y sonoro ding-dong recorrió la casa. Su esposa ni tan siquiera se inmutó. Siempre había envidiado la forma tan intensa y placentera que tenía de dormir. Él, en cambio, ni con pastillas lograba dormir una noche del tirón.
Tras unos instantes de reflexión, optó por levantarse para comprobar qué era lo que estaba sucediendo. Se incorporó, malhumorado. Tratando de encontrar las zapatillas en la oscuridad, para no asustar a su mujer innecesariamente.
Pero cuando llegó hasta la puerta de entrada, pudo ver un enorme charco de sangre justo en el umbral, como si al otro lado se estuviese produciendo un asesinato. Poco a poco, un reguero de color escarlata se aproximaba hasta sus pies.
De nuevo, el timbre volvió a sonar. La sangre, al mismo tiempo, se esfumó como por arte de magia. Decidió que lo mejor sería llamar a la policía y que esta tomase cartas en el asunto. Al regresar al dormitorio en busca del teléfono, un grito ensordecedor emergió de su interior.
Su mujer yacía desangrada sobre la cama, con la yugular y ambas muñecas sesgadas. Con la sangre derramada, alguien había hecho una siniestra inscripción en la pared frontal de la habitación:
“La Muerte te acecha, ¿serás tú el siguiente?”.
Un grito sordo… La realidad se tornó espesa, gutural, oscura…. Y de repente, la oscuridad. Un último golpe se oyó en mitad de la estancia, mientras en la calle, se respiraba una tenebrosa calma. Al mismo tiempo, una extraña sombra, no asida a ningún cuerpo, corría calle abajo, disipándose al girar la esquina.
ESMERALDA
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EL DEMONIO SIEMPRE LLAMA A LAS 10:00 PM
Todo parecía tranquilo cuando la tarde ya había caído y el silencio se hacía partícipe del día, los comercios de las calles ya estaban cerrados y las calles oscuras con las luces de las farolas como única iluminación, de repente una sombra escurridiza se deslizaba por el largo pasillo de la vivienda, un monedero desaparecido y una ventana rota, un portazo y una huida a toda prisa, la única señal una marca en el cuello de sangre.
LA PLAYERA
Durante toda la noche el calor pegajoso de la habitación inundó sus pulmones y su piel. Su respiración dificultosa le hacía revolverse en un sudor incesante que recorría todo su cuerpo.
Una ligera sábana le cubría en una vieja cama de madera instalada en el cuartucho de la pensión en la que se había hospedado. Le había costado mucho conciliar el primer sueño. Pero ahora sumergido por Morfeo en las alas de la inconciencia, tuvo tiempo de recrear sus más temibles pesadillas. Las huellas de sangre que conducían al cuarto de baño, le hizo temer lo peor. Durante todo el día las voces se habían hecho con su voluntad y como un desafortunado ex – fumador, el mono de matar estaba en sus venas. Le hubiese gustado arrancarse el cerebro y así poner en el olvido y vomitar el terrible mecanismo que hacía que las voces se arremolinaran más y más como un badajo incesante golpeando una campana que hacía que sus neuronas se revolviesen en un ictus de corto-circuito. La sangre del cuarto de baño: en los azulejos, en la cortina, en el suelo; pero no había nadie, el cuerpo del que provenía esa sangre había desaparecido. Sin embargo el rostro de una adolescente rondaba sus pensamientos, y tenía la certeza de que algo terrible, monstruoso había vuelto a suceder. Giró varias veces sobre sí mismo en la pequeña cama que hacía que su cuerpo fuese aún más enorme de lo que ya era de por sí mismo. Unos gritos, llantos, un forcejeo, le volvían a acosar en su sueño que para entonces ya era muy dificultoso. Se despertó de un sobresalto e intentó recordar si había vuelto a matar. Intentó entender que le decía el sueño. Por qué toda aquella sangre en un cuartucho de baño. Se levantó para intentar tomar aliento y se dirigió al wáter. Un espejo en la pared le recordó en el rostro una profunda cicatriz y una juventud aún adolescente. Intentar suicidarse no servía de nada, llamar a la policía era algo impensable. Matar era su único aliento, su manera de sobrevivir a las voces; pero sabía que tarde o temprano todo acabaría. ¿Por qué no hacerlo ya? Volvió a mirarse en el espejo, volvió a recordar su cicatriz, la de hoy, la nueva. Volvió a su pequeña cama para un cuerpo tan descomunal e intentó dormir. Le pidió nuevamente a Dios por los muertos de su desesperación y supo que pronto cometería una nueva locura.
NEPTZEUS
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EN UNA HABITACIÓN DE PSIQUIATRÍA En un momento, como un ave de presa, se cernió una oscuridad total, terrorífica, arrancada del mismo infierno y que comenzó girando en mi cabeza como un fuego abrasador, perturbador , que aplastó mi cuerpo con la fuerza de un ser descomunal, en un profundo abrazo reptil que comprimió despiadadamente mi voluntad de respirar, y fue entonces cuando le vi, le vi cruzando la habitación oscura, como una ráfaga de viento mortal ,infinito e indefinido, dejando un pestilente olor a muerte y destrucción, con una pérfida sonrisa ,grotesca ,que dejaba entrever el mismísimo averno. Mi cuerpo estaba completamente rígido, casi como en un rictus de muerte, frío y entumecido, completamente devorado por la visión espantosa de un ser invisible a todas luces, que parecía querer jugar con el dolor y al abismo de la peor de las pesadillas, con aquel crimen que no tenía sentido ni justificación y que como una condena día tras día se convertía en una carga insostenible .Pastillas y más pastillas para la depresión, para el insomnio, para el olvido… Y ahora estaba ahí, desafiante, buscando arrancarme el corazón, quemarlo con su mirada endiablada y burlesca, y yo estaba decidido a no rendirme aunque mis pecados no tuviesen redención. Grité con las fuerzas de un loco que ha perdido la noción de su locura y volvieron aquellas imágenes que como siempre surgían de las sombras, y terriblemente me acusaban de algo que era imposible que podría haber hecho, imposible por qué no podía recordarlo. Una corriente de aire que se filtraba a través de las cortinas conseguía que tomase algo de aliento, pero ya para entonces la habitación comenzaba a iluminarse. Volvían de nuevo hacia mí, con sus agujas y con sus prisas y volvían a atarme a aquella cama y yo sólo podía recordar que era imposible, que yo no estuve allí. Que fue ese ser descomunal y nocturno, casi imposible. |
NEPTZEUS --------------------------------------------------------- |
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UN
CUMPLEAÑOS DE MIEDO
Cuando
nací mis padres eran muy felices, ellos por amor a que existía,
siempre buscaban que tuviera muchos amigos, cada vez que cumplía
años me hacían una linda fiesta ellos tienden a ser muy buenos pero
cada vez al terminar la fiesta, se encerraban en una habitación,
que quedaba apartada del hogar ese era un lugar muy oscuro y cuando
me celebraron los trece años, yo acorde con dos de mis amigos que
esperaríamos a que terminara la fiesta y a que mis padres se
retiraran a la habitación lejana, ellos muy asustados por la
temeraria experiencia no encontraban donde esconderse; luego que
picaron la torta en la más grata armonía, uno de ellos se llamaba
José y el otro se llamaba Antonio, cada uno tenía ya catorce años
cumplidos, les preocupaba que al retirarse los invitados de la fiesta
se descubriera que ellos se quedaron en la casa de Pablo, entonces
ya habiendo logrado que todos se retiraran estos decidieron
esconderse cerca de la habitación lejana, uno de ellos veía con
mucho terror a parte de lo lejano de la casa que también era muy
oscura, entonces el puso su mano en la pared y no se percato de que
había una culebra, aunque él no se dio cuenta de que la culebra
era venenosa, comenzó escalofriantemente a gritar con mucha
intensidad, no paro de hacerlo tenía cara de terror a su amigo lo
asusto un perro, este perro no paraba de ladrar muy fuerte del
escándalo que tenían, comenzaron los dos a llorar pero el intento
alejarse del lugar, notaron que si corrían el perro los alcanzaría,
entonces decidieron llamar al cumpleañero y este tubo que gritarle
muy fuerte al perro, que resulto ser de su vecino para que este se
retirara a pesar del escándalo, los padres de Pablo no se enteraron
que aun estaban bañándose, cuando se retiraron de la habitación
lejana y destinándose a pasar a su casa el joven cumpleañero
observó, que la casa estaba llena de humo que resultaba ser muy
denso; él horrorizado por lo que estaba viendo corrió hacia la
habitación de baño de sus padres para avisarles que la casa estaba
en llamas, intento abrir la puerta del cuarto y encontró a su padre
intentando de salvar a su madre; que estaba desmayada en la bañera
se asomo y al ver a su madre observó que había un secador de pelo
en la bañera del baño y aun así el papá intentaba revivirla, él
con fuertes gritos y a pesar de la emergencia le avisa a su padre que
la casa está llena de humo a consecuencia del corto circuito,
causado por el secador en el agua, razón por la que despavorido
salió corriendo a buscar un teléfono para llamar a emergencias.
Lamentablemente para Pablo su madre había muerto, uno de sus amigos
tenía una picada de culebra en la nariz y por último el otro amigo
salió corriendo y no sabía en donde estaban, indiscutiblemente
había sido esta ocasión; el peor cumpleaños de su vida.
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EXTRAÑA
NOCHE
Estaba
la noche muy oscura, me apresuraba a volver a casa caminando por una
avenida a la derecha, se encontraba un bosque y a la izquierda solo
había una
gasolinera,
veía a la distancia como un camión se acercaba poco a poco al pasar
a mi lado, pude observar que se estacionaba muy cerca de donde
caminaba
el
conductor se dirigió hacia mí; el expresaba algo, muy asustada no
escuché bien lo que él decía, no podía ni moverme del lugar donde
estaba parada, el
insistió
y me dijo en ese momento, que si quería él me llevaba a cualquier
parte cerca del lugar donde nos encontrábamos en ese momento, no me
paso por
la
mente que al quedarme parada en ese lugar imaginarme los riesgos que
tenía solo sentía un escalofrío muy intenso en mi cuerpo, que me
impedía oír y
reaccionar,
a lo que me podía ocurrir, el chofer quiso e insistió de nuevo que
me subiera al camión y yo muy seria intentando no demostrar nada,
que le
mostrara
al chófer sobre mi temor, le conteste que no nuevamente, le explique
que vivía muy cerca y que no era necesario que él se desviara hacia
donde
yo
me dirigía, poniendo nuevamente el camión en marcha; este se alejo
y la joven continuó su camino; pero dirigiéndose esta vez hacia el
bosque.
La
noche se encontraba muy fría y con la oscuridad del bosque, algo
hiso que se detuviera nuevamente el camión, que por casualidad y
sorpresa estaba siendo
conducido
por un hombre muy joven; de buen rostro, este al retroceder para
asegurarse que la joven estaba bien y mostrando preocupación por
ella detuvo
el
camión se bajo y pudo ver que se dirigía hacia el bosque dándose
cuenta que la joven ya no se encontraba, el solo podía recordar que
ella estaba vestida
con
ropa deportiva de colores oscuros, pero al chofer del camión dar
aproximadamente diez pasos hacia el bosque para ver si la veía y con
una expresión
de
miedo, pudo notar que no había nadie en el oscuro lugar de repente
pudo ver una luz y eso lo hiso sentirse mejor, creía que a lo mejor
en ese lugar
vivía
la joven, pero al fijarse bien la pudo volver a ver qué era lo que
realmente le preocupaba pero en esta ocasión la joven ya no vestía
la misma ropa,
estaba
vestida toda de blanco y en el lugar al acercarse a pesar del temor y
lo oscuro de la noche no había ninguna casa, razón por la que
regresó y confundido
subió
a su camión y poniéndolo en marcha se retiro del lugar convencido
de que era la situación más extraña y misteriosa que le había
pasado esa noche
convirtiéndose la joven para él en un misterio se esfumó en la
fría noche.
ROCÍO
DE LA MAÑANA
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EL CUADRO DE LÍA
Lía era una joven de 24
años que estudiaba en una academia de arte, sin duda alguna la
mejor artista plástica de su grupo.
Cada día dibujaba con
más perfección a su modelo y los bocetos eran perfectos.
Sin darse cuenta, Arlette
se fue enamorando de la belleza de la chica. En una ocasión decidió
invitarla a tomar un helado luego de las clases y ella aceptó sin
reparos. Comenzaron a salir con más frecuencia y la amistad se
transformó en una relación sentimental.
Los cuadros de Lía eran
cada vez más populares, convirtiéndose en poco tiempo en una de las
grandes exponentes de su género en el país. En sus imágenes
relataba lo increíble que era el sexo con su adorada Arlette, pero
siempre pintaba una tercera persona sin rostro definido, con senos
pero con cuerpo varonil y genitales masculinos. No sabía por qué
pero siempre lo hacía y al público le encantaba.
Una noche de tormenta e
insomnio comenzó a pintar su próxima obra de arte. Narraba la
historia de dos mujeres teniendo sexo sobre la lápida de un
cementerio y parado en la esquina inferior derecha, recostado a un
panteón de mármol, un misterioso ser observando. Derrotada por el
sueño lo cubrió y se acostó. Al amanecer le mostró a Arlette lo
que había hecho.
Cuál no fue su sorpresa
al ver que el cuadro había cambiado. El misterioso ser estaba sobre
una de las mujeres y recostada al panteón estaba la otra chica
degollada y con sus órganos dispersos por todo el lienzo simulando
adornos ensangrentados.
Lía no salía de su
asombro pero Arlette quedó fascinada y le propuso que ese cuadro
fuera el último que se develaría el día de la exposición.
Pasó el tiempo y todo
marchaba con excelente paso. Hasta que finalmente llegó la tan
anhelada fecha. Decoraron el local con objetos tenebrosos creando un
ambiente siniestro para la muestra. Asistieron cientos de personas a
la sala expositora y cada vez que develaban un cuadro el público
estallaba de emoción. Hasta que llegó el momento de revelar la
última obra. Al retirar el manto, sin haber vestigios de tormenta,
cayó un rayo que dejó el edificio sin luz y el miedo se apoderó de
los presentes. De repente aparecieron unos seres extraños en medio
de la oscuridad que comenzaron a devorar a la concurrencia,
esparciendo sus vísceras por todo el salón y pintándolo con
sangre.
En cuanto regresó la
electricidad en el edificio los trabajadores del local llamaron a la
policía que se llevó el cuadro a la estación. Sin embargo, los
detectives que se quedaron descubrieron que no estaban las
expositoras para pedirles cuenta de la situación: los cuerpos de
Arlette y Lía, por alguna razón, no se hallaban allí.
El lienzo llegó a
comisaría sin problemas y el oficial a cargo del caso se percató de
que... ¡las mujeres de la pintura eran Arlette y Lía!
Entonces, en ese minuto, cayó otro rayo.
TRISTÁN.
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LA CASA DE LOS MUERTOS
A las cinco de la tarde; cuando Isabel Evana abrió el balcón de su aposento, lo primero que observó ella, fue a su esposo muerto. El hombre tenía el rostro morado. Al parecer, se había asfixiado con una bolsa plástica. En cuanto a la señora, venía sola de dictar una clase de castellano. La había dado en la Universidad Andina. El mayordomo por su posición, fue quien recibió a la linda mujer, apenas llegó a casa. Ambos, trataron los asuntos domésticos de siempre con frialdad. De seguido, Isabel subió hasta la habitación despaciosamente. Por ingenua, pensó que su marido estaba pintando en el salón artístico. En razón, se relajó y no sintió preocupación en su interior. Igual, hacía algo de calor. Por eso entonces, fue hasta el mirador para refrescarse. Descorrió el ventanal y de pánico, soltó unos chillidos atroces. De lleno se supo destrozada. Ya a duras penas, se arrimó al cadáver con angustia. Lo examinó con extremo cuidado. Procuró darle respiración por la boca. Pero sus experimentos por rescatarlo, fueron en vano. Obviamente, no pudo reanimarlo porque Lumier había fallecido hacía más de una hora. Era él un caricaturista famoso. Entre tanto, la poetisa pasó de nuevo por el cuarto matrimonial. A lo enlutada, cruzó llorosa en los ojos y salió al pasillo ovalado. De inesperada, bajó al primer piso. Ella, corrió por las escaleras, buscando ayuda. Se sabía sin lucidez. En breve, empezó a escuchar unos platos que se rompían. Así que fue hasta la cocina, que estaba desorganizada. Más una vez ingresó, volteó la mirada y pudo reconocer al mayordomo, vomitando una espuma blanca. Tras esta impresión, la dama cayó al suelo de porcelana. El sirviente, había acabado de beberse un tarro de límpido, era el amante de Lumier. Evana por cierto; lo descubrió todo al final del drama y por frágil, agonizó de pena moral, se desmayó y falleció en la desesperación.
FEDORVELT
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EL SUEÑO
Cada noche se repetia el mismo sueño.El solo echo de cerrar los ojos me producia un gran temor y desasosiego.Llegue a pasar mas de tres dias sin dormir,finalmente cai rendida y volvi pasar por ese mal trago.Litros de café,pastillas varias,remedios caseros,todo lo probé,pero siempre acababa dormida,no había nada que consiguiera evitarme volver a vivir esa horrible pesadilla.Llegue a pensar en quitarme la vida,pero no tuve valor de hacerlo.Durante más de un mes seguí sufriendo en mis carnes esta terrible maldición,pero finalmente acabo,una noche todo acabo.Siempre recordare esa noche,nunca la olvidare.Con gran esfuerzo venciendo mis miedos decidí ir a dormir,me tendí en la cama temblorosa asustada pero más segura de mi mismo que otras noches,estaba dispuesta a afrontar ese maldito sueño a plantarle cara,no estaba dispuesta a que siguiera atormentandome eternamente,que no me dejara vivir y disfrutar de la vida.
Cerré los ojos y como cada noche al abrirlos allí estaba, delante de mi mi marido,como hacia cada noche me miraba con cara de odio sin decir nada,yo tendida en la cama me mantenía inmóvil sin abrir la boca,tan solo observándolo,la misma escena el mismo guión,finalmente paso a la acción,se abalanzó hacia mi y me apretó fuertemente el cuello,como cada noche,sólo algo cambio, decidí saltarme el guión,no me resistí deje que me asfixiara ,quería que acabara conmigo,creí que si lo hacia quizás el sueño acabara y dejara de repetirse.Mi marido acabo con mi vida,yo tenía razón el sueño ya no volveria a repetirse,un muerto no puede soñar,esa noche el sueño se volvió realidad.
DIEGO RUIZ MARTÍNEZ
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LA
OBRA DE MARGARET
La
pintura pasó sus primeros días en el altillo de su casa. Todas las
noches la miraba con atención, buscando en ella, la razón de
aquella electrizante impresión que la invadía. Así pasaron días y
días, hasta que un Ocho de Mayo el reloj marcó las doce, y la
medianoche se hizo dueña del terror.
Los
colores de la obra se empezaron a borrar, para convertirse en
sombras, los temerosos personajes se convirtieron en horrendas
bestias peludas con largas pesuñas y enormes ojos de fuego, capaces
de provocar un incendio.
Margaret,
aterrorizada, se largó a correr de prisa, bajó las escaleras tan
rápido como pudo. Tenía la cara pálida, la piel rígida, las manos
temblorosas, la voz entrecortada, y un gesto de asombro y horror que
se acentuaba con firmeza en su mirada. Por un momento sintió una
corriente de aire helado que le recorría todo el cuerpo, quedó
inmóvil por unos instantes, sin poder dar un solo paso…
Mientras tanto, unas bocas hambrientas se abrieron y le arrancaron
con delicadeza cada una de las prendas que la vestían. Luego,
despacio, bebieron el néctar de sus labios, masticaron con éxtasis
su boca, probaron un bocado de su cuello, besaron con locura su
cuerpo, y luego sin culpa y compasión, se adueñaron de sus dedos,
hasta dejarla sin manos.
DULCE
MORENA
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PERSEGUIDO
Siempre fui racista,
odiaba la raza negra, para mí era una raza inferior y nunca dude de
ello.
Hoy todo a cambiado
ellos se han hecho con el poder, ellos me persiguen, tengo que vivir
escondido, si me encuentran en el mejor de los casos, me recluirán
en un campo de concentración como antiguamente recluyeron los nazis
a los judíos, por suerte no estoy solo Jacob me ha ayudado y junto a
él vivo escondido en el bosque.
-Jacob, ¿crees que
acabaran encontrándonos?
-Seguramente Diego,
pero no debemos perder la esperanza quizás no lo hagan.
Jacob era una
persona muy optimista y segura de sí misma, sin el no creo que
hubiera resistido esta situación tan delicada.
La noche llego,
creímos estar a salvo y decidimos salir de nuestro escondite, aun
siendo muy arriesgado no teníamos opción alguna, la única manera
de conseguir agua potable era beber de un pequeño arroyo no lejos de
allí. Llegamos al arroyo y nos dispusimos a beber de él, me puse de
rodillas y comencé a beber cogiendo el agua con las dos manos,
mientras bebía el fuerte sonido de un disparo me sorprendió, Jacob
cayó desplomado y pude ver con la tenue luz de la luna como el agua
se teñía de rojo, asustado me levante rápidamente pero ya era
tarde para escapar, allí estaban ellos habían matado a Jacob y se
disponían a matarme a mí, con su arma apuntándome en la sien y
sabiendo que iba a morir eche una última mirada al cuerpo inerte de
Jacob, ese chico negro que no dudo ni un solo momento en ayudarme,
aun sabiendo que tiempo atrás había propinado palizas a chicos de
su barrio por ser de raza negra, ahora era yo quien se encontraba en
la situación de aquellos pobres chicos, perseguido y en breves
instantes ejecutado por una raza alienígena que había invadido la
Tierra.
DIEGO GALÁN RUIZ
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AL SÉPTIMO DÍA
Estabas
solo. Perdido.
Habías
dejado de hacerte preguntas después del último milenio de saltos
entre dimensiones infinitas, buscando un rastro de vida que no
existía en ninguna de ellas.
Te
volviste loco al verte varado en aquella dimensión vacía como una
cáscara. Y como a una cáscara la odiaste, porque no tenía nada
para ofrecerte. Eras solo un traidor, un exiliado de la casta del
Dios Orom. Eras el Tabú
de
tu especie, y como tal estabas condenado a ser un solitario.
Resignado,
apagaste los motores y desgarraste el vínculo del hipersalto.
Con pasos lentos entraste a las vitrinas de criocongelación,
pensando en una inmortalidad indolora y alejada del recuerdo.
Imaginaste que terminaba el
Tabú
mientras te abrazabas a la última vitrina funcionable y contemplabas
a aquel universo de polvo y muerte, que estaba condenado - como tú-
a la inercia eterna.
Cuando
el frío llegó a tus huesos, soñaste.
Cuando
el frío llegó a tu mente ya habías extendido sobre el sueño un
mapa azul; y sobre él hiciste a la tierra, al mar y a cada cosa
viviente para que te adorara.
Todo
en solo seis ciclos.
Entonces
decidiste que aquel sería el principio de muchos principios.
Dormido
aún sonreías, como suelen hacerlo los dioses en el descanso del
séptimo día.
2010 finales.
ELAINE VILAR
MADRUGA
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DESLENGUADA
Era la única forma de
cumplir. Nunca tuvo un molde hecho a la medida de idiosincrasia
chilensis. Mi lengua funciona sin memoria, ni tiempo, ni espacio
adecuado.
Se dirige sola y me tiende
trampitas a cada instante. Es mi peor enemiga, está abordandome
dispuesta para jugarme una mala pasada cada vez que tiene una
nueva oportunidad.Es
impetuosa y no da tregua. Me tiene harta, se hace cada día más
insoportable. No tengo ni la menor idea de que es lo que busca. Al
fin que a causa de ella me
he quedado sola. No creo tener algo que no haya perdido ya, en sus
dichos abruptos. Trato encarecidamente de escaparle sin éxito.
No logré deshacerme de
sus discursos sin miramientos, desconsiderados y auténticos. Está
hecha con lija de la mejor calidad, no la logro dominar, es un
músculo de mi cuerpo que
se ha sobre desarrollado. Su dimensión está fuera de cualquier
cálculo. La he sometido a terapia para regularla. Nada resulta.
Corre despavorida delante
de mi, sin ningún freno. Me asusta en cuanto se manifiesta. Es dura
de roer. Infranqueable, incapaz de pronunciar una frase con
mediana dulzura.No admite disculpas, su ego es ilimitado.Entonces
he alzado el cuchillo. Por fin he podido controlarla ya no podrá
mortificarme nunca más.
JESY NAVIA
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LOS NOCTURNOS
Avanzábamos despacio hacia el pueblo que, como los anteriores, parecía desierto. Buscábamos la forma de seguir con vida: agua, comida y un poco de descanso, camino del norte en donde, se decía, estaban refugiados aquellos que pudieron escapar a tiempo.
Anochecía y debíamos encontrar cobijo antes de que las tinieblas nos impidieran ver más allá de nuestras manos. Dos perros hambrientos nos recibieron con las fauces abiertas y ladridos de desesperación. Les golpeamos con el paraguas que habíamos recogido por el camino hasta que huyeron mal heridos. No nos podíamos permitir ningún tipo de piedad. Abrimos la puerta de una casa que guardaba en su interior, para nuestro regocijo, un cierto confort. Los antiguos moradores habían dejado en su huída, o quizá antes de morir, algunas latas y un bidón de agua. En la planta de arriba, las camas cubiertas con alegres colchas de flores hicieron que las lágrimas, reprimidas en tantos días de desaliento, desbordaran mis ojos resecos. Antes de que la oscuridad fuera absoluta, decidí inspeccionar las casas vecinas en busca de alimentos, mientras él se quedaba con el niño. Pude entrar, con bastante facilidad en una de la misma manzana en donde encontré, sobre la mesa de la destartalada cocina, un puchero con restos de carne guisada ya reseca, que introduje en mi mochila. Entonces me pareció oír un ruido que me puso la carne de gallina. Al girarme, vi como una mujer famélica y desgreñada reptaba hacia mí, gimiendo. Sin pararme a pensar, regresé corriendo a nuestro escondite. Allí, tras calmarme, decidimos comer lo que había encontrado. Después él volvería a recoger a la mujer. Intentado recrear la ilusión de ser una familia que cena una noche cualquiera en su casa, devoramos sin pararnos a saborear, la carne reseca. Tras acabar, y después de acostar al pequeño, él salió en busca de la mujer con la única linterna que teníamos, y yo, recordando el mito del laberinto, até su cintura con el ovillo de lana que había encontrado, procedente de alguna labor abandonada, para poder mantenernos en contacto. Casi en la puerta de la casa, escuchó ruidos de pasos y una especie de letanía procedente de varias gargantas. Inmediatamente apagó la linterna quedándose paralizado por el terror sin saber qué hacer. Oyó cómo los ruidos se acercaban y recordó los rumores acerca de los nocturnos. Se decía que existían grupos acostumbrados a vagar en la oscuridad que habían adquirido hábitos caníbales. Se decía que guardaban sus cadáveres para tener reserva de alimentos, que bebían su sangre cuando les asesinaban. El instinto de supervivencia hizo que tirara del cordón que le había anudado y pudo regresar rápidamente a la casa cuando ya las voces estaban demasiado cerca. Temblando, permanecimos acurrucados y en silencio hasta que la luz del sol comenzó a penetrar por las rendijas de las persianas. Debíamos reemprender inmediatamente la marcha. Habíamos oído que los nocturnos nunca salen de día. Fue entonces cuando descubrí entre los restos de la cena, los huesos humanos
ALGUIEN QUE ANDA POR AHÍ
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SENTIMIENTOS
El sol entraba tímidamente por la ventana del cuarto de los niños, calentando las dos camas vacías. La joven madre las observaba sin controlar las lágrimas que corrían por su rostro.
ERNEST HEMINGWAY
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ROSAS
ROJAS
En
la puerta del hospital de urgencias, donde estacionan las
ambulancias, había una pelea entre dos hombres. Me llamó la
atención porque solamente uno de los dos golpeaba al otro, que no
caía al piso a pesar de los tremendos puñetazos que le aplicaban en
el rostro.
Habían
comenzado dentro de un taxi y bajado de él a los tumbos. Quien
recibía los golpes ni siquiera sacaba las manos de sus bolsillos,
como si en ellos estuviera protegiendo algo valioso. No ofrecía
ningún tipo de resistencia, sólo buscaba evitar los impactos. Pero
no lograba hacerlo del todo, y el que golpeaba de manera feroz –que
por su ropa parecía ser el taxista–
le asestó varias trompadas más hasta que el agredido, al fin, se
decidió a correr.
Me
pareció extraño que no hubiera intentado defenderse o al menos,
alejarse cuanto antes.
Perdí
de vista a los dos hombres y seguí caminando. Entré al hospital por
una de las puertas laterales. Venía bastante apurado, como siempre.
Iba a visitar a un pariente internado y sólo llevaba un ramo de
rosas rojas en mi mano derecha.
Unos
segundos después, sentí que me empujaban desde atrás. Trastabillé
y casi caigo al suelo. En una de las galerías, cerca de la terapia
intensiva, el mismo hombre que había recibido los golpes me tomó
del brazo y con un arma pequeña apuntó a mi pecho.
Haciendo
ademanes, me obligó a acompañarlo. No dudé un segundo. Estaba muy
lastimado y de su ojo izquierdo parecía caer sangre. Su camisa
blanca, llena de pequeñas manchas de color oscuro. Y sus dientes...
Corrimos
un largo trecho. La gente se horrorizaba al ver su cara destrozada y
el revólver que llevaba en su mano derecha. Parecía algo grotesco,
un hombre desequilibrado corriendo al lado de otro que seguía
sosteniendo, como si fuera un trofeo, un ramo de flores. No entiendo
por qué en ese momento no pude soltarlo.
Entramos
a un pequeño ascensor. Allí bajó su arma y me miró a los ojos por
primera vez. Sacó de su bolsillo una pequeña caja de color blanco,
cerrada con cinta adhesiva, y me la entregó sin decir nada.
Al
detenernos en el segundo piso, volvió a tomarme del brazo y así
corrimos hasta el borde de un balcón que se encontraba unos pasos
delante de nosotros.
Abajo,
la gente había empezado a congregarse. Extrañamente, a pesar de
todo, yo me encontraba tranquilo y seguro de que no iba a lastimarme.
Algo en su mirada lo decía. Pero aún no llegaba a entender por qué
me había dado la caja.
– No
la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos
errores que yo.
Habló
como si estuviera leyendo mi mente.
No
tuve tiempo de preguntarle nada. Acercó la punta del revólver a su
garganta, debajo de la nuez de Adán, y disparó.
Se
desplomó sobre mí. Y la sangre... ¡por Dios! Tanta sangre a
borbotones sobre mi ropa, mis zapatos y el ramo de flores.
Me
lo saqué de encima. Sentía vergüenza de pensar más en el asco que
me producía ensuciarme que en la locura y el drama de ese pobre
hombre.
En
pocos minutos llegó la policía. Tarde,
como en las películas.
Sólo atiné a quedarme sentado, apoyado contra la pequeña pared que
nos rodeaba.
Guardé
la caja en el bolsillo. Tuve la tentación de dejarla tirada o de
esconderla en el pantalón del suicida, pero preferí respetar su
último deseo. Cuando todos se fueran, la abriría.
Ya
en mi departamento, cerca de las cinco, aún no había podido
almorzar. Seguía asqueado por la horrible sensación de la sangre
caliente sobre mi cuerpo. Volvía a verla, manando con violencia,
mojando mis manos y mis pies.
Me
senté en el living. Acababa de llamar la policía para pedir algunos
datos y ver si podía aportar algo más. De paso, me avisaron que el
psicópata no había muerto todavía. Estaba muy grave, internado en
el mismo hospital de esta mañana. Era prácticamente imposible que
sanara o despertara, según el comisario a cargo de la investigación.
Sin
embargo, algo me impulsó a ir a verlo. Para saber más de él o de
su vida. Además, me tentaba la idea de dejar la cajita blanca de
bordes plateados entre sus pertenencias.
Pero
no iba a poder hacerlo.
Unos
minutos más tarde estaba camino del hospital, por segunda vez en
pocas horas.
Llegué
a la sala de terapia intensiva pero dos oficiales me impidieron el
paso. Estaban parados al lado de la puerta, uno de cada lado.
Me
preguntaron si tenía relación con él, si era familiar o pariente.
No quise decirles mi nombre, sólo contesté que lo había conocido
hace poco tiempo. El más joven me dio el pésame por anticipado y me
informó que podía quedarme por allí, para esperar el obvio
desenlace.
Les
agradecí. Di media vuelta y busqué la salida. Había sido un día
bastante largo.
Después
de subir a un taxi para volver a casa, tomé la caja y me decidí a
abrirla. De una vez por todas.
Nunca
hubiera podido imaginarme lo que contenía.
Tenía
que entregársela a alguien. Pero no a cualquiera. Alguien que fuera
capaz de llevar a cabo lo que la caja pedía.
Vi
por el espejo retrovisor que el taxista había observado lo mismo que
yo. Y supe que comenzó a desearla, con todas sus fuerzas.
Estacionó
a los pocos metros, cerca del sector de entrada y salida de
ambulancias, y giró hacia mí. Me exigió la caja y no quise
dársela. Por eso mismo comenzó a golpearme. En el rostro, en los
oídos, en el estómago… pero no la solté. La guardé en mi
bolsillo, a salvo de todo.
Tratando
de esquivar sus trompadas, bajé del auto. Sin saber hacia dónde
iba, empecé a buscar al próximo destinatario.
Advertí
que desde lejos nos estaban mirando. Era un hombre calvo, como yo,
que parecía llevar algo pesado en sus manos.
Lo
seguí. Enceguecido por el impulso de compartir con alguien especial
el contenido de la caja, fui hacia la galería donde se encontraba.
Aún sin saber cómo iba a convencerlo de que aceptara.
Se
me ocurrió quitarle el arma a un guardia del hospital. Lo hice y
corrí con todas mis fuerzas por uno de los pasillos. Mi corazón
latía cada vez más rápido. La sangre ensuciaba mi camisa. Tenía
el ojo izquierdo semicerrado y mis dientes…
Encontré
al calvo y lo tomé del brazo. Con la pistola apunté a su pecho y lo
obligué a correr junto a mí, para alejarnos de todo.
Nos
refugiamos en un ascensor. Cuando bajamos en el segundo piso, casi
sin aliento, le di la caja y le indiqué:
– No
la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos
errores que yo.
No
tuvo tiempo de preguntarme nada. Allí mismo, cerca del balcón,
acerqué la punta del pequeño revólver a mi garganta y disparé.
Caí
sobre él. Y mi sangre... por Dios, tanta sangre a borbotones sobre
su ropa, sus zapatos y el ramo de rosas rojas que él seguía
sosteniendo entre sus manos, como si fuera un maldito trofeo.
GONZALO
SALESKY
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LOS VAMPIROS TIENE SENTIMIENTOS
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¡Dejadme salir!, grita con desesperación la joven Jeannette.
Su cuello mordido por los vampiros, no para de sangrar. Vino en Transilvania para hacer un reportaje. Siempre ha negado la existencia de alguien que podría alimentarse con sangre humana. Está mirando a su alrededor con desesperación. Se da cuenta que toda la sangre que hay en los botes del armario de la pared, no es de los animales como se solía decir, sino era sangre humana. Tantas historias que había escuchado sobre los vampiros, pero nada es igual cómo vivirlo en su carne propia. Intenta moverse pero no puede. Se da cuenta que está en un ataúd que, es extraño, pero es de color blanco. Lleva puesto un vestido oscuro y una corona de flores negras sobre su cabeza. Siente una extraña hambre, que le tuerce el estómago. En este silencio empieza a oírse de pronto muchas voces que se están acercando. La puerta se abre y empieza a entrar mucha gente, vestida de negro, con las cabezas inclinadas, que no paran de murmurar cada vez más fuerte. De pronto se callan, dejando camino libre a otro hombre que se acerca mirando continuamente al suelo. Cuando llega al lado de Jeannette, se para y la mira sorprendido. - ¡Eres guapísima! , dice el hombre. Jeannette se ha quedado helada de miedo. Poco a poco recupera su respiración. El Príncipe de los Cárpatos tiene el pelo largo, negro y es muy guapo. Sus ojos oscuros transmiten amor y no miedo. - ¡Mátala Príncipe! gritan todos. ¡Ha llegado la hora! El pánico la envuelve como una manta negra, dejándola sin aire. Siente los ojos de los vampiros acechándola. - No puedo, dice el Príncipe de los Cárpatos con la voz ahogada por la emoción. Jeannette ya no tiene miedo. Se da cuenta que por primera vez en su vida se ha enamorado. El Príncipe le coge la mano con ternura. - ¡Hay que sacrificarla para que tu padre despierte y podamos gobernar la tierra!, gritan todos con odio. - No puedo…, dice otra vez el Príncipe. Parece que nadie lo oye -¡Ahora!, se oye un grito gutural que rompe el silencio. Antes de que nadie pudiera reaccionar, uno de los vampiros está ya encima de Jeannette. En el mismo tiempo que la está mordiendo le la está acuchillando sin piedad alguna. Dos o tres vampiros más se le están uniendo al primero. -¡Nooooo!, grita con desesperación el Príncipe de los Cárpatos. La joven, con sus últimas fuerzas le coge la mano. El hombre empuja con odio a los que se quieren acercar. La mira con amor. ¡Cuánta amargura e impotencia! En el profundo silencio de la muerte se oye solo la joven susurrándole al oído con un último soplo: -¡Me llamo Jeannette! Los vampiros se retiran con sed de sangre, pero con respeto, avergonzados. El Príncipe de los Cárpatos con lágrimas en los ojos, mira hacia el cielo, gritando con desesperación: - ¿Por qué???!!! |
CORAL
DEL MAR
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LA OBRA DE MARGARET
Se acercó, contempló con asombro cada uno de sus detalles, grabó
en su mente una multitud de colores, sacó sus propias conclusiones y
observó maravillada su sublime encanto. ¡La obra era magnífica!
Pero los extraños personajes que la componían le generaban una
tétrica sensación de angustia. Sin embargo, las cálidas palabras
del artista, y una sonrisa que se le extendía de oreja a oreja, la
tentaron a comprarla.
La
pintura pasó sus primeros días en el altillo de su casa. Todas las
noches la miraba con atención, buscando en ella, la razón de
aquella electrizante impresión que la invadía. Así pasaron días y
días, hasta que un Ocho de Mayo el reloj marcó las doce, y la
medianoche se hizo dueña del terror.
Los
colores de la obra se empezaron a borrar, para convertirse en
sombras, los temerosos personajes se convirtieron en horrendas
bestias peludas con largas pesuñas y enormes ojos de fuego, capaces
de provocar un incendio.
Margaret,
aterrorizada, se largó a correr de prisa, bajó las escaleras tan
rápido como pudo. Tenía la cara pálida, la piel rígida, las manos
temblorosas, la voz entrecortada, y un gesto de asombro y horror que
se acentuaba con firmeza en su mirada. Por un momento sintió una
corriente de aire helado que le recorría todo el cuerpo, quedó
inmóvil por unos instantes, sin poder dar un solo paso…
Mientras tanto, unas bocas hambrientas se abrieron y le arrancaron
con delicadeza cada una de las prendas que la vestían. Luego,
despacio, bebieron el néctar de sus labios, masticaron con éxtasis
su boca, probaron un bocado de su cuello, besaron con locura su
cuerpo, y luego sin culpa y compasión, se adueñaron de sus dedos,
hasta dejarla sin manos.
DULCE
MORENA
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JUEGOS OLÍMPICOS
El sueño de Carlos era poder asistir a las olimpiadas, así que se la pasó ahorrando algún tiempo para lograr cumplir con esa meta, pero sólo completó lo de su viaje, no podía costear el de Ana, su novia.
Al verlo ella, le dijo cariñosamente:
-No te preocupes amor… sabes que aún sin estar a tu lado físicamente… mi alma viajará contigo...-.
Carlos prefirió no ahondar en el asunto, hasta que llegó el ansiado día de partir; Ana se levantó muy temprano, no quería que él se fuera sin despedirse.
Ya juntos, se dirigieron al aeropuerto; los dos, lucían con un dejo de melancolía en el rostro.
Pasaron los días y se llegó el ansiado momento en que nuevamente Ana, estaría en los brazos de su amado; contaba las horas para ir a su encuentro y escuchar de su boca sobre el sueño tan anhelado.
Estando ya de frente, Carlos se dio cuenta que su amada se comportaba de una manera muy extraña; la vio encender un cigarrillo cuando nunca antes había fumado; no era la misma, sus actitudes habían cambiado en esos pocos días; Ana era una persona muy hogareña y sólo vivía para él pero, de pronto, llevaba vida social e inclusive salía a los centros nocturnos; los amigos de Carlos también estaban muy sorprendidos pues, desde su partida, la encontraban por todos los lugares de diversión.
Al siguiente anochecer, Carlos la llamó por teléfono para desearle dulces sueños, pero la voz no era la de su amada; creyendo que se trataba de una broma de mal gusto, pidió ser comunicado con Ana; ella, le contesto en tono molesto:
-Cómo es posible que no me reconozcas amor… soy Ana… tu Ana… recuerdas que una vez tsh… tsh…-.
Ella no terminó de pronunciar las frases, sólo un ruido extraño salía de su boca; él, molesto, le pidió:
-Por favor… deja de bromear… ya de por sí me tiene muy preocupado tu comportamiento...-.
-Escúchame…-, insistió ella:
-No estoy tsh… tsh…-.
En ese momento, Carlos colgó y corrió al departamento para hablar muy seriamente con su prometida.
Al llegar, ella lo miraba de una manera sumamente extraña; Carlos, se dio cuenta que el cuerpo sí era el de su amada, pero el ente que lo habitaba era de un ser demoniaco; horrorizado, la cuestionó al momento que ella hacía un escalofriante ademán:
-¿Cómo te llamas?...-.
Ella contestó:
-Me llamo Lucrecia de Quevedo… tsh… tsh…-.
Carlos no daba crédito a lo escuchado, y siguió:
-¿En que año naciste?…-.
Ella, respondió a su pregunta con mirada extraviada:
-En 1814…-.
El miedo, paralizó el rostro de Carlos; sintió desfallecer al comprobar que, efectivamente, ese ser venido de otro mundo no era su amada Ana, y eso le bastó para salir huyendo del lugar; al llegar a su casa y cerrar la puerta tras de sí, vio que ese ente del infierno ya lo esperaba como adherido al techo; desesperado intentó salir pero, eso, fue lo último que pudo hacer en vida.
POETAYMUSADELARED
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INCREDULIDAD MORTAL
Daban ya las tres de la madrugada; Antonio y Ernesto, quienes eran parte del personal de ese turno, estaban recogiendo las mangueras que habían quedado extendidas por un simulacro en el patio de la empresa, ya que pertenecían al departamentocontra incendios.
Era una fría noche de febrero, así que llevaban cubierto el rostro con pasamontañas; las pesadas chamarras les impedían moverse con soltura; de pronto, escucharon un ruido extraño y se dirigieron hacia donde provenía lámpara en mano.
Cuál sería su sorpresa cuando, frente a ellos, vieron a un ser demoniaco que los miraba amenazante; sus ojos eran tan rojos como el fuego; tenía cuerpo como el de un perro gigante pero, su rostro, semejaba al de los humanos.
Sin dar tiempo a que salieran de su asombro, de un gran brinco la bestia logró burlarlos saltando la barda de cinco metros de altura; quedaron inmovilizados los dos por unos instantes al ver aquello hasta que, por fin, reaccionaron para echar a correr con el terror reflejado en sus rostros.
Llegaron a la oficina con la respiración agitada dejándose prácticamente caer en las sillas ante la mirada curiosa de aquellosdiezcompañeros de jornada;luego de haberse calmado un poco, narraron a los mismos lo que habían visto para, en seguida, escuchar burlas y chistes de casi todos sobre lo narrado por los dos asustados compañeros; solamente Oscar y Abel, éste último de reciente ingreso, fueron quienes tomaron en serio lo sucedido a Ernesto y Antonio.
A la siguiente noche, estaban sólo once reunidos casi todos en tertulia, unos jugando cartas por ahí y otros charlando por allá;Oscar, el jefe de ellos, había salido por algún motivo; Antonio,Ernesto y Abel por su lado, comentaban un poco alejados lo sucedido la víspera cuando:
-¡Boooom!...-, sonó un fuerte estallido acompañado de una intensa llamarada; los once brincaron del susto para luego escuchar aErnesto gritar:
-¡Oscar está afuera!...-, de inmediato, todos corrieron preparándose a acudir en su auxilio y asimismo a tratar de sofocar el incendio, el cual seguía sin control.
Bastó muy poco tiempo para que estuvieran ya saliendo como bólidos en pos del siniestro; Abel, iba de pié justo detrás de Antonio, quien piloteaba la unidad a toda prisa, y le gritó desde fuera:
-¡Tú sigue… yo me bajo por él!...-, pues, a cierta distancia, vieron a Oscar quien corría hacia ellos con el pantalón encendido de una sola pierna; venía gritando algo que no se oía gracias a la sirena encendida y al ruido del fuego aún a quinientos metros; Abel, se tiró y rodó sobre el pavimento todavía a buena velocidad para poder auxiliar a Oscar, quien no paraba de gritar tratando de advertirles algo.
Envolviendo con su chamarra la pierna del jefe y sofocando así el fuego,fue cuando pudo entender la advertencia:
-¡Fue el monstruo!...-, era lo que les repetía Oscar sin descanso; llegó ayuda del exterior pero, sólo ellos dos junto a Ernesto y Antonio, pudieron salvar la vida.
POETAYMUSADELARED
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ALMA TORTURADA
Como un ángel caído, mi espíritu se precipitó en el infierno del dolor. Mi corazón, moribundo de tu amor, clamaba venganza al cielo, culpable de tu abandono.
Sumido en las tinieblas del recuerdo, se niega a adentrarse en la luz mortecina del olvido para reafirmarse en el rubí de la pasión.
"Sí, te amo, diosa infernal. En tu fuego ardo y en él me he de quemar, pues no deseo escapar".
Como un condenado, vivo la alegría de la vida, el hielo ígneo que envilece mi espíritu hasta convertirme en un pelele de tu sonrisa. Mi anhelo vislumbra
con placer la Muerte como refugio a tu negativa amorosa. Ella se convierte en el Paraíso donde yacer y curar la pena que me atormenta.
"Si supiera, amor mío, que habrías de lamentar mi muerte, que no la considerarías como una extravagancia más de mi alma torturada, no dudaría en ofrendarte
mi vida para conseguir que tu pétreo corazón deshojara una lágrima".
Pero sé que la Dama Sombría inundaría nuestros espíritus de placer. El mío, porque con su llegada acabaría el sufrimiento. El tuyo, porque la culpabilidad
que aún te atenaza tendría la excusa perfecta para desvanecerse, y el desasosiego que te atormenta daría paso a la dicha de la tranquilidad.
Viviremos juntos la danza demoníaca que este orbe nos ofrece. Prefiero mil veces la aflicción de tu mente a la indiferencia y al olvido a los que mi nombre
quedaría relegado si, alejado de este mundo, me fundiera con la tumba. Vivirás junto a mi sombra que te aguarda y, en el momento más inesperado, te fundirás
conmigo en una fosa sin lápida, pues no deseo que nadie pueda honrar tus cenizas, que solo así serán mías para siempre. Solos allí los dos, alejados del
bullicio que te conduce hacia otros lares, gozaremos el uno del otro hasta el día del Juicio.
CARMESINA
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SORPRESA
En la penumbra de la calle atisbaba todos sus movimientos a través de la ventana. Corregía los exámenes que había realizado aquella mañana.
Su mano izquierda sostenía perezosa la frente mientras levantaba el flequillo rebelde. La derecha corregía, bolígrafo rojo en mano, con rapidez. Cuando
tenía que girar la página, la mano izquierda, presurosa, abandonaba su función de reposa-ideas para ágilmente volver la hoja.
La miraba entre sueños, como si una especie de neblina difuminara su hermoso perfil de diosa, que se recortaba contra la pared del fondo del salón. El reloj de pared no cesaba de tocar la danza de las horas y ella no cejaba en su empeño de tener las notas para el día siguiente.
La había advertido, le había dicho que aquella noche era muy importante en sus vidas, pero ella, como las demás, no le había hecho caso. Con una dulce sonrisa en sus labios carnosos le había pedido que esperara al día siguiente que era viernes.
Del pantalón vaquero ajustado, sacó una llave, se acercó a la puerta, abrió y entró al vestíbulo.
Al oir el chirrido de la puerta, ella se levantó gozosa de la silla y, corriendo, se dirigió hasta la entrada. Añoraba fundirse en sus brazos y en su boca,
descansar la cabeza sobre su hombro y compartir la añoranza que la había invadido durante todo el día. Vislumbró su figura, a través de la luz lunar que
penetraba por la puerta aún abierta. Abrió la boca en una sonrisa franca y se abalanzó sobre él. Antes de llegar tropezó con algo que detuvo su carrera
y fulminó su alegría.
Al día siguiente Amparo, la vecina, la encontró en el umbral de la casa, acurrucada en un charco de sangre.
CARMESINA
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AMARGURA
Dos surcos de sangre recorrían la mejilla derecha de Sean. Era noche de interlunio. La luz de la farola entraba a trompicones por las rendijas de la persiana
e iluminaba esos dos surcos rojizos. Es lo que recuerdo de aquel día. ¿Qué pasó exactamente? Es un secreto a voces, aunque nadie habla de ello. Las noches de luna nueva, todo el pueblo tiembla de miedo. Desde entonces, los surcos rojos aparecen sobre algunos dinteles. Al día siguiente ni rastro de las personas que habitan las casas. Ya solo queda una, la mía. Hoy es novilunio. Debo buscar otro pueblo, este ya ha sucumbido. Lectores ¿Creéis que soy yo el culpable?.
Yo soy un alma perdida, condenada a mirar sin poder hacer nada por evitarlo. Sean murió en mis manos aquel día y después caí yo. Las almas de los Breiock están encadenadas. Si uno muere, su pareja también, y poco a poco, todos los consanguíneos. El amor que no se cuida, se transforma en enfermedad y extermina sin piedad.
SOL MAYA
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LA VOZ DEL TERROR
En la sombra más oscura,
bajo el resplandor de la luna llena, el terror se hacía sentir:
El hondo crujir de las
puertas, el alarido de las ventanas, el aullido del viento, las hojas
de los árboles moviéndose, los rayos, los truenos, el largo canto
del diluvio y la silueta de un gato negro que descansaba sobre la
rama de un árbol, hacían temblar a más de uno.
Los niños, contaban
historias escalofriantes alrededor del fuego, sentían una extraña
presencia humana, realizaban en una hoja dibujos exotéricos para
comunicarse con los muertos, practicaban la Wisca, y encendían velas
para jugar al juego de la copa. Todos, menos uno, muerto de miedo,
invocaban a los demonios, y a los espíritus más malignos, y las
almas en pena, emergían de las brasas más ardientes para
arrastrarlos hasta el infierno. También, los visitaban las brujas
que con palabras mágicas y hechizos eran capaces de comerlos a todos
de un solo bocado…
El lugar se llenaba de
penumbras, de silencio, de suspenso, de misterio, de magia, de
aventuras, de encanto, y de secretos… ¡Esa noche solo se sentía
la voz del horror en soledad!
¡Sin dudas, la casa estaba
encantada, y nadie querría quedarse allí!
Aquella noche especial de
Halloween paralizaba de miedo a los chicos, y a los adultos que
habitaban en la ciudad, se les erizaba la piel con solo pensar que
aquella noche de tormenta era una noche proclive a la desgracia…
¡Mientras tanto, todos los
muertos salían de sus tumbas!
PÉTALO BLANCO
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