CONVOCATORIAS ABIERTAS

TODAS LAS CONVOCATORIAS QUEDAN SUSPENDIDAS HASTA NUEVO AVISO.


CONVOCATORIA CERRADA
_TU MUNDO FANTÁSTICO (RELATOS DE CIENCIA FICCIÓN Y FANTÁSTICO)
ABIERTA HASTA EL 30 DE JUNIO DE 2013

SE RETRASA EL FALLO DEL CONCURSO HASTA SEPTIEMBRE.

RELATOS DESTERNÍLLATE VII CONCURSO LCDLP

EL NEGRO QUE LE QUERÍA REGALAR ALGO A SU NEGRA
Un negro le dice a su negra, que va a salir a comprarle algo, al comercio de sus hermanos los blancos y cuando llegó al lugar y pidió lo que quería comprar, entraron cuatro ladrones negros al negocio, donde el negro le compraba algo a su negra y estos los robaron dándole un tiro al blanco dueño del negocio y al negro que fue a comprarle algo a su negra y el negro como pudo los siguió y el muy racista ya herido le dijo a los cuatro ladrones negros que le dispararon y que los robaron,
¡Malditos negros!
Y este fue preso por racismo, sin llevarle nada de lo que le iba a regalar a su negra.
Ya condenado como racista se molestó, cuando por inobservancia el juez lo asignó a una celda en donde habían puros negros y el negro se pregunto:
¿Ahora como me defiendo si fui herido por cuatro negros?
Entonces fue cuando se dio cuenta, que los cuatro negros de la celda, eran los cuatro negros que lo habían herido; quiere decir que en la cárcel hasta el negro que le quería regalar algo a su negra, se desvivía por estar en una celda de puros blancos, para no correr el riesgo de salir herido nuevamente por un negro o cuatro de ellos, que los hirieron solo por robar el negocio de un blanco, que racismo el blanco había demostrado ya no tenía.
Entonces el negro que le quería regalar algo a su negra, decidió hablar con el juez y este le llegó a decir al juez que:
Señor juez, en la celda en donde me asignaron se encuentran también; los cuatros negros que me hirieron. Me hizo pensar que era mejor estar en una celda de presos blancos.
Como mi amigo el dueño del negocio, donde quería comprarle algo a mi negra entonces el juez decidió, cambiarlo de celda, como lo que pagaría de condena serían dos años de cárcel, entonces el juez lo asignó a una celda solo.
Pero antes de que el juez se retirara de la sala de juicio, le pregunto al negro que solo le quería regalar algo a su negra.
Oigame señor:
¿Qué le quería usted comprar a su mujer en el negocio de ese hombre blanco?
El negro contestó:
Un ramo de flores de las que vende la esposa del señor blanco, quien es mi amigo y ahí en ese lugar es donde las quería comprar. 
PICO DE PLATA
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PERDIDO SIMIO CORNELIUS
El reloj de la plaza dio las diez. Las puertas del Museo de Ciencias Naturales comenzaron a abrirse. Un agente de seguridad se colocó a la entrada, al lado del cartel que anunciaba la exposición itinerante, “EL ESLABÓN RECUPERADO” y que a partir de hoy, estaría durante un mes en este edificio.
Desde que se tuvo noticia de la llegada de la exposición, colectivos de todas partes intentaron hacerse con las entradas, fue tal la invasión de llamadas, que desde la directiva se decidió limitar la afluencia de público.
Hoy se esperaban –entre otros- una asociación de Amas de Casa, un grupo de alumnos de 6º de un colegio y un grupo de la tercera edad. Hacía más de media hora que el autocar que había traído a las amas de casa, estaba aparcado en la calle paralela a la entrada principal del museo. Alguna había llegado acompañada de su marido y estaban paseando por los alrededores, mirando escaparates o tomando un café en algún bar hasta la hora de apertura. Al ver que abrían se acercaron.
Estudiantes de Biología e Historia de la Universidad serían sus cicerones. Uno de ellos se acercó al grupo de mujeres, se presentó y les dijo que era su guía. Empezó explicando que la palabra simio era de un vocablo griego, que significaba chato o nariz plana. Que los grandes simios eran los gorilas, chimpancés, orangutanes…
Él hablaba y las mujeres hacían esfuerzos por seguir las explicaciones, pero estaban más interesadas en otras cosas. Lucía se fue hacia un apartado donde estaban unos animales expuestos y quitó unas ramitas a modo de árbol que estaban colocadas al lado izquierdo de un primate. Se fue unos pasos hacia atrás y le pareció que había quedado mejor. Rocío sacó un pañuelo de papel y se dedicó a limpiar la vitrina donde se exponían dientes de toda clase de monos, Maruja estaba muy seria mirando un cartel, se acercó a Rocío y le dijo que leyera lo que ella acababa de ver. El cartel decía “Perdido simio en el Museo de Ciencias. Responde al nombre de Cornelius. Lucía que estaba por ahí cambiando lo que le parecía que estaba mal colocado, llegó hasta ellas y preguntó curiosa: -¿Qué os pasa?
-A nosotras nada, mira.
Cuando terminó de leer el cartel, se quedó mirando a sus amigas y les dijo:
-¿Estáis pensando lo que yo? -y mirando al grupo siguió- estarán entretenidos un buen rato, así que nosotras a investigar.
Aprovecharon que en ese momento entraba el grupo de escolares para escabullirse y se metieron por un pasillo. Uno de los chicos vio el cartel, inmediatamente llamó a sus amigos. El maestro estaba tan ocupado en controlar a dos niños que iban dándose codazos que no se dio cuenta de que los tres amigos habían subido por unas escaleras al primer piso.
Una pareja de novios estaban recorriendo la exposición, iban muy acaramelados sin hacer mucho caso. Vieron una puerta con un cartel que ponía “limpieza” y que estaba acompañado de “privado”. Este segundo término les pareció fenomenal para hacer una desaparición al tiempo que daban rienda suelta a su pasión.
Las amas de casa estaban en el lado izquierdo de la gran sala. Los niños en una de las dependencias donde se pasaban diapositivas, los novios ¿?..., cuando llegó el grupo de la tercera edad. Suspiros, toses… algunos buscaban un lugar donde sentarse. Cuando vieron los animales allí expuestos una de las ancianas dijo: “¡Uh, qué feísmos!”, ¡Y qué mal güelen! –dijo otra.
-Pero si no huele a ná -dijo un anciano- además ya sabías a lo que venías.
-Yo estoy muy cansá- A continuación tomó asiento en un banco cerca de la pared y se quedó dormida.
-Pues yo tengo que ir al retrete, ya sabéis, la próstata - dijo un anciano y se fue al servicio.
Su guía les pidió que guardaran silencio y que cuando saliera el grupo anterior, pasarían a la sala de proyección donde verían un documental.
Dos ancianos que habían pasado después, -pues se habían quedado en la calle fumando un cigarro- lo primero que vieron fue el cartel. Uno de los ancianos se fue hacia el guía y le preguntó que qué era eso de que se había escapado un simio, que si estaban en peligro, que ellos no podían correr, que querían ver al director,...
Las mujeres se asustaron muchísimo y decían que querían irse al autocar. El vigilante que oyó el revuelo, pasó a poner orden. Todos estaban mosqueados, pero el agente en vez de ponerse de cara a la calle se puso de frente a ellos y les hizo desistir de su idea de salir.
-Con esa cara bien podía ser uno de los bichos que están ahí –dijo una de las ancianas.
El primer grupo que había terminado la visita, tuvo que quedarse pues no encontraban a tres de sus compañeras. Una de las ancianas les dijo que había un gorila suelto. Esto provocó inquietud en el grupo.
Una vez terminado el documental el maestro y los niños salieron y se encontraron con la agitación que había en la sala, también fueron advertidos –por la misma ancianita- (que rica) de la desaparición de Cornelius. En ese momento se oyó un golpe fortísimo en el primer piso. Todos pensaron en el simio, y s...
SERVITUD
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EN POCAS PALABRAS
Lo cierto es que desde mi nacimiento ya apuntaba maneras:
-Era sábado y mi madre se fue a la peluquería. Según sus cuentas faltaban un par de semanas para que yo naciera, pero a mí se me antojó que ya era el momento para hacer mi aparición en público. Y así lo hice rodeado de mujeres a las que dejé con la boca abierta, sin duda cuando vieron mis descomunales atributos.
He de decir que a mí ellas también me impresionaron pero de distinto modo, aunque yo pasé de todo. No es muy grato ver tantas mujeres que te observan al mismo tiempo con las bocas y los ojos abiertos de par en par. Y si añadimos a esto que tenían los pelos unas liados, otras pintados, otras chorreando… estuve tentado de volver al refugio del que había salido, y lo hubiera hecho de no ser porque me tenían sujeto por los pies. Creo que se dieron cuenta de mi intención pues una tía con la cara llena de una pasta verde me sacudió un azote que me hizo olvidar mis intenciones.
No hace falta mirarme mucho para ver que mi pelo es casi rojo y mi cara está llena de pecas. Ese es otro hándicap de mi vida. Pues aunque mi madre dice que he sacado los genes de algún antepasado familiar, mi padre no está del todo convencido y me mira como quisiera adivinar a quién me parezco. Temo que algún día me coja de las orejas y me tire por el balcón. Aunque estoy siempre al loro y tengo guardado en mi habitación un tirachinas y unas cuantas piedras para poder defenderme.
Dado que nunca he temido a nadie, –no me quedaba otra- los chicos del barrio decidieron que yo debería ser su jefe. Eso sucedió un día que yo estaba de mal humor y la banda del Andrés andaba atizando a los espejos de los coches que estaban aparcados en mi calle. Un vecino no se lo pensó y me atribuyó a mí tal acción. Todos los propietarios de los coches agraciados con el premio del Andrés querían darme a mí un premio de consolación. No paré hasta que lo tuve bajo mis pies y lo intimidé de tal manera que prefirió el castigo de mis vecinos, contando lo que había hecho él y su banda, que arriesgarse a que fuera yo quien le atizara.
¿Todavía siguen queriendo saber más de mi vida? ¿Por qué no le preguntan a doña Cloti mi maestra de parvulario? Aunque no estoy muy seguro de que su opinión sobre mí sea muy acertada. Puede que les diga que siempre fui un chico malo, que les quitaba a mis compañeros cualquier cosa que llevaban y que a mí me gustaba, pero lo cierto es que sólo era un niño inquieto y que siempre me ha gustado compartir –compartir lo que tenían los demás- porque yo nunca tenía nada.
Puede que les cuente que un día até al Boby a una columna del patio del colegio y quería quemarlo como había visto en las películas del oeste. Pero sólo quería comprobar si funcionaban las cerillas que le había quitado a mi padre.
Y además el Boby estaba de acuerdo. Claro que le daba igual estar de acuerdo conmigo o no yo estaba decidido a poner en práctica mi plan y cuando a mí se me mete algo en la cabeza… ¡ah! Lo de Boby no es porque se llamase Roberto, más quisiera, se llamaba Ciriaco, es porque era el tío más bobo que he conocido.
Pasados los primeros doce años de mi vida, me dediqué a holgazanear y dejé de ir a la escuela. Me pasaba el día en compañía de chicos mayores, aprendí a jugar a las cartas, por supuesto haciendo trampas, a distraer a las mujeres mientras otro le robaba el bolso, a cambiar en las tienda alguna cosa de sitio: lo quitaba de la estantería donde se encontraba y siempre lo colocaba en mis bolsillos.
Mis padres estaban hartos de castigarme por lo que decidieron olvidarse de que tenían un hijo, -más que hijo un problema- y me dieron a elegir: o me atenía a las normas o me marchaba de casa. Si aún tienen duda de la elección les diré que me quedé con la segunda opción y me largué con lo puesto. Desde entonces he ido dando tumbos por todos sitios. En los pueblos donde he aterrizado siempre he dejado mi sello y no creo que sea bienvenido si algún día intento volver. Claro que yo tampoco tengo intención de regresar para comprobarlo.
Recuerdo el día que se me ocurrió ir por Tierrasbajas un pueblecito del sur que estaba celebrando sus fiestas. En el centro de la plaza del ayuntamiento habían puesto una tarima. Mientras la gente descansaba en la siesta, a mí se me ocurrió poner una traca debajo. Llegó la noche y un grupo flamenco taconeaba y bailaba para deleite del populacho, cuando vi que toda la gente estaba embobada con el evento, le prendí fuego a la traca y fue tal el fragor que causó que todos corrían sin saber hacia dónde dirigirse. Iban y venían se tropezaban unos con otros, con las sillas. Los críos lloraban… y yo desde atrás del escenario me partía a reír.
Pero siempre hay quien no soporta una broma. Y un tipejo que me oyó, se acercó muy despacio a mí y me arreó una somanta de palos con su garrote de roble. A tal evento se le unieron los muchachos más brutos del pueblo y después de zarandearme y darme y zurrarme por todas partes de mi cuerpo me llevaron a las afueras ...
SERVITUD
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LECCIÓN DE HISTORIA
Lección de Historia

(Contada por Unos)

En la Tierra era la armonía. Los seres vivían en la paz del Señor. Los Unos se ocupaban de que a los Otros no les faltase nada. A cambio, los Otros debían trabajar para ellos, hasta que fueron poseídos por el Maligno y asesinaron a los Unos, tomando el poder. Entonces abrazaron al Señor, se convirtieron en Unos y comenzaron a ocuparse de que a los nuevos Otros no les faltase nada. A cambio, los Otros trabajaron para ellos hasta que fueron poseídos por el Maligno y asesinaron a los Unos, tomando el poder. Entonces abrazaron al Señor, se convirtieron en Unos y comenzaron a ocuparse de que a los nuevos Otros no les faltase nada, etcétera, etcétera, etcétera…

Lección de Historia
(Contada por Otros)

Los Unos tenían el poder. Vivían a costa de los Otros hasta que estos se rebelaron y ajusticiaron a los Unos. Entonces fueron fuertes, se convirtieron en Unos y vivieron a costa de los Otros hasta que estos se rebelaron y ajusticiaron a los Unos. Entonces fueron fuertes, se convirtieron en Unos y vivieron a costa de los Otros, etcétera, etcétera, etcétera…


Lección de Historia
(De un documento hallado en una botella, en el siglo XXXII)

La Humanidad se desarrolló, a pesar de que Unos y Otros vivían en constante batalla, con armamentos cada vez más sofisticados y peligrosos. En cierto momento, parecía inevitable la destrucción total de la vida en la Tierra. Por eso pactaron: Unos y Otros alcanzaron los mismos derechos y oportunidades. El poder se hizo colectivo. A partir de entonces, vivimos en paz: el Paraíso fue realidad sobre la Tierra; eliminamos envidias, rivalidades, competencias y aspiraciones de ser Unos mejores que Otros. Todos nos concentramos en producir artículos iguales, comíamos lo mismo, nos educamos bajo un programa escolar estándar. Todo se construyó con los mismos moldes y patrones. Desaparecieron los nombres de las calles, de los pueblos, de las personas. Los números no se necesitaron más y dejamos de contar. Se hicieron innecesarios los colores, los perfumes, las músicas y las texturas. Poco a poco, periódicos y revistas comenzaron a decir lo mismo, hasta que colapsaron, por falta de acontecimientos; de los libros, sólo quedaron los de Historia, una historia inmóvil. Las manifestaciones de arte quedaron reducidas a la creación de esferas de igual tamaño. Esferas pintadas del mismo color, en paisajes idénticos, o eculpidas por todas partes con simetría y de igual material. Un día, todos sentimos el mismo impulso y cada uno escribió la misma declaración, que quedó expresamente encerrada en idénticas botellas; nos dirigimos a los puentes, que se distribuían de manera equitativa por las ciudades. A una misma hora, echamos las botellas al agua y luego nos lanzamos tras ellas, con idénticas esferas de piedra atadas a nuestros cuellos.
AMELIA
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BICHOS
La mosca se estaba jugando su miserable vida. Era la tercera vez que me molestaba. Primero se había posado sobre mi pantorrilla; después, en el brazo diestro; y, ahora, acababa de cambiar de brazo. En las tres ocasiones me había producido ese típico y desagradable cosquilleo. Normalmente, a la tercera vez no aguanto más y me la cargo. Pero hoy me sentía generoso y decidí concederle una oportunidad más. No la aprovechó. Contemplé impasible cómo sobrevolaba mis piernas y acababa aterrizando sobre el muslo. Había llegado su hora. Tras muchos años de práctica en la caza de moscas, puedo afirmar que he llegado a conseguir una maestría admirable - modesto, que es uno-. Acerqué mi mano derecha lentamente, hasta que quedó a unos quince centímetros del insecto y, con un movimiento rapidísimo, rozando la superficie del muslo, catapulté la mano hacia adelante, como si se tratara de la mortal lengua de un camaleón. Aunque, en general, uno no nota la presencia del insecto en su mano cerrada, la asidua práctica de la captura de la presa hace aventurar -con un altísimo porcentaje de acierto- el éxito o el fracaso de la tentativa. No fallé: la mosca estaba atrapada en mi mano. Me dirigí hacia una pared y, un par de metros antes de llegar a ella, lancé con fuerte impulso el contenido de la mano contra la dura superficie. El movimiento tiene que ser violento, ya que de lo contrario la mosca puede vencer la fuerza que la proyecta y remontar el vuelo. Normalmente, el impacto no causa la muerte del díptero, sino que lo deja malherido, en el suelo, incapaz de volver a volar. Uno tiene que decidir entonces entre rematar el bicho definitivamente o abandonarle a su suerte. En esta ocasión, elegí la segunda posibilidad, y me enfrasqué de nuevo en la lectura de la revista que había dejado sobre la mesa momentos antes, mientras realizaba la caza.
Unos minutos después bajé la vista al suelo. Había entrado en escena un nuevo personaje: una hormiga. Ambos insectos mantenían una lucha encarnizada. La mosca, vivita y coleando, pero imposibilitada para elevarse en el aire, intentaba evitar que la feroz hormiga la atenazara con sus potentes mandíbulas. No lo consiguió. La hormiga logró asestar el decisivo mordisco, que hizo que la pugna se decantara de su lado, y comenzó a arrastrar a la mosca. Las fuerzas de ésta iban decreciendo por momentos. Al principio, a la hormiga le costaba un gran esfuerzo mover a su presa siquiera un centímetro, pero el tiempo corría en favor del presunto vencedor, y las pocas energías que le quedaban a la víctima no podían impedir que fuera acarreada por el suelo cada vez con mayor rapidez. Pese a ello, tardaron muchos minutos cazador y presa en recorrer los cinco o seis metros que separaban el punto donde se había iniciado la lucha de un montón de ladrillos, cerca del cual se encontraba presumiblemente el hormiguero donde iba a tener lugar el desenlace del trágico suceso. Salvó la hormiga con su carga el primer ladrillo y ambos insectos cayeron de nuevo a la arena. Entonces la hormiga pareció dudar. No se decidía a continuar su camino en una dirección determinada. Había perdido momentáneamente el sentido de la orientación necesario para regresar a su guarida. Transcurridos unos segundos de suspense, volvió sobre sus pasos e intentó ascender por la cara opuesta del ladrillo que anteriormente había franqueado. Esta vez le costó más. Las tres primeras intentonas fueron fallidas: cuando estaba a punto de coronar la casi lisa superficie del ladrillo, un paso en falso o una repentina reacción de la mosca le hacía caer al suelo. Por fin, en la cuarta ascensión, logró sus propósitos. Recorrió el canto del ladrillo y puso rumbo a un agujero que se encontraba a pocos centímetros de ella. Presumí que vencedor y vencido estaban ya decididos.
Y, sin embargo, me equivoqué. Por el agujero del ladrillo asomó súbitamente la cabeza de una
lagartija y se zampó a los dos.

RAUMAT
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DÍA DE LA FIESTA
Es 24 de septiembre, día de las fiestas en la cárcel en homenaje a la Virgen de las Mercedes, patrona de los presos. Es el día más esperado del año por Carepollo. Se levanta muy temprano, se acicala, se pone las medias rojas de la suerte, ropa cómoda para pelear y bailar y, antes de salir, se encomienda a la virgencita.
Ya se abrieron las apuestas en el pueblo: unos dicen que va a pelear, otros creen que podría tomar rehenes en algún establecimiento público, otros ponen todo su dinero en que va a armar otro escándalo como el del año anterior.
Carepollo se dirige a la cantina de don Juaco y pide media de aguardiente. El cantinero sabe que se va a ir sin pagar, pero no piensa oponerse, ya lo hizo una vez y no quiere celebrar nuevamente las fiestas de la virgen con su cliente.
Cuando entra en calor, Carepollo se para en la esquina de La Tertulia para echarles piropos cochinos a las mujeres, principalmente a las que pasan con sus novios o sus maridos. Los chismosos se van amontonando, a una distancia prudencial, pero desde donde puedan escuchar
  • Qué lindas piernas mi amor ¿A qué hora abren?
  • A la hora que yo quiera papito, yo tengo las llaves – responde el marido, que ya venía prevenido
  • Qué rico mami, tú con ese sartén y yo con los huevos crudos – Estallido general del risa, incluso del novio y la muchacha
Marquitos, el travesti del pueblo, pasa una y otra vez frente a Carepollo contoneando sus caderas con la esperanza de que le diga cosas sucias. Pero Carepollo no está para maricadas, lo que quiere es fiesta. Y como los del pueblo ya lo cogieron de payaso, entonces los insulta colectivamente y decide cambiar de estrategia.
Recuerda la película que vio hace unos días en la televisión sobre la Fuga de Alcatraz ¡Puede hacer una contrafuga! algo así como una fuga a la inversa. Se va para la biblioteca para documentarse un poco más, pero la bibliotecaria no lo deja entrar porque está medio borracho. Él no pelea con mujeres, así que le dice vieja frígida y se va.
Entonces se le ocurre que lo mejor es entrar por la puerta y de manera pacífica. Torres, el guardia que está de turno, lo ve venir a lo lejos y respira profundo
  • Quihubo Carepollo, no vengás a joder aquí que no te voy a dejar entrar
  • Eh, pero qué es el mal genio Torres, relajate que hoy es el día de la virgen, mejor tomate un aguardientico- le dice estirándole la media
  • Gracias hombre por tu contribución a la fiesta –le dice el guardia con una sonrisa irónica y le decomisa el aguardiente
Los chismosos, que no se han perdido nada, empiezan a rechiflar y a burlarse.
  • ¡Se largan todos de aquí! –grita el guardia Torres, que ya está perdiendo la paciencia, y hace un tiro al aire
La multitud se dispersa, pero Carepollo ve que las cosas van por buen camino y decide aprovechar el mal humor de Torres
  • ¡Pues matame hijueputa, malparido, matame!- Y a eso le sigue un reguero de insultos y monerías
Torres recobra la paciencia y decide ignorarlo.
Cuando ya está cansado de gritar, Carepollo se le acerca amigablemente y con mucho disimulo le estira un billete de cincuetamil
  • Recibime esta platica, Torres, y decís que me encerraste por escándalo público y desacato a la autoridad
¡Eso sí que no lo puede tolerar Torres! ¿Intentar sobornarlo a él, el guardia más honesto de toda la cárcel? ¿Y frente a las miradas de los curiosos? ¡No señor!
Por primera vez en diez años, este 24 de septiembre, día de la fiesta de la Virgen de las Mercedes, Carepollo es condenado a la libertad, acusado de intento de soborno a la autoridad.
CAPERUCITA
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TOCADO Y HUNDIDO
―Salvamento Marítimo. Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?
―Sí, oiga… ¡ip!... ¡Se está hundiendo un barco!
―¿Usted se encuentra en él?
―No exactamente... !ip!
―¿Podría indicarme las coordenadas del lugar del suceso?
―No, no lo sé…!ip!...hay agua por todas partes.
―Por favor, manténgase a la espera. No cuelgue.
El emisor de la llamada da un largo trago de güisqui y retoma el chapoteo con entusiasmo. Los pequeños tsunamis que provoca en la bañera acabarán hundiendo sus barquitos de papel.
―¿Sigue ahí? Hemos localizado su llamada. Nuestra flota de rescate llegará en seguida.

ALAMAR
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EL RATONEO
Estimadas amigas organizadoras del concurso literario de la Cesta de las Palabras.
¡Les comunico que he logrado el descubrimiento más grande en mi vida, como especialista en neurobiología! Pero por más que he enviado todos los detalles
de mi trabajo a los organismos científicos especializados, sólo he recibido excusas y ambiguas respuestas burocráticas.
Por eso amigas, ¡basta de pálidas con esos tipos! He pensado que debía buscar otros medios como forma de difundir a la comunidad internacional este exitoso
descubrimiento. Por ello, y visto la trascendencia en Internet que tiene vuestro concurso literario en el mundo, les remito adjunto para la presentación,
un resumen con los interesantes pormenores de mi investigación. Está adecuadamente pergeñado en forma de un relato denominado “El ratoneo”.
Les cuento que hasta ahora, toda la ciencia biológica creía que los ratones emitían solamente ultrasonidos, porque para ser calificados como canto, las
características principales de los sonidos deberían tener diversidad silábica y regularidad temporal.
Durante varios años he estado estudiando en mi laboratorio un grupo de setecientos sílabas de comunicación amorosa producidas por los ratones. Fue allí
que con muchísimo asombro, descubrí milagrosamente que producían sonidos siguiendo una partitura predeterminada ¡Y no al azar!
¡Es maravilloso! Con este hallazgo científico queda demostrada la estrecha analogía entre el canto de los ratones y el amor humano. Les aseguro que sorprenderemos
a todos los habitantes del planeta con esta novedad, cuando sea publicado este relato en vuestro concurso.
Estoy convencido que me considerarán una celebridad, porque he descubierto nada más y nada menos, que el paradigma del “ratoneo” que en muchos países del
mundo se lo asocia con las fantasías amorosas, tanto del hombre como de la mujer.
Por ello, además de publicar este relato, les pido a fin de darle más trascendencia que le “sugieran” al Jurado que traten de verlo con muy buenos ojos
para premiarlo. El monto asignado se los dono y desde ya, me encargo de toda la inversión publicitaria que sea necesaria al efecto.
Por último, las invito a mi laboratorio para que vengan a “conversar” sobre este tema y conocer con más detalles los pormenores de mi trabajo científico.
Además y con mucho cariño, las convido a brindar con el mejor de los vinos añejados de mi bodega.
Las saludo cordialmente con gran afecto.

NÉSTOR
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CURSO DE CORRECCIÓN
Me he vuelto arrogante, altivo, pedante. Extremista, intolerante, soberbio. Rozo el fanatismo. Supero el ridículo. Se preguntarán por qué el que escribe
ha cambiado de actitud desde hace poco más de un mes. Es el tiempo que llevo asistiendo a un curso de corrección lingüística; un curso que al principio
ilusionaba y que finalmente me ha arruinado la vida. Les cuento. Desde hace poco más de un mes me duele a muerte que la gente hable o escriba mal. Lo corrijo
todo: discursos, invitaciones de boda, esquelas, homilías. ¿Que no me entienden? Sigan leyendo. Hace dos semanas acabé en comisaría cuando un policía me
pilló, a punta de spray, corrigiendo una pintada callejera que decía: “La educación no canbia el mundo, canbia a las personas que van a canbiar el mundo”.
¡Cambiar escrito con ene! Como comprenderán un mensaje tan sugerente no lo era tanto al estar mal escrito, así que me dispuse a corregirlo. Lo dicho, que
terminé en comisaría esposado cual pandillero juvenil, explicándole al agente que mi intención era única y exclusivamente educativa y nada vandálica. Este
atrevimiento me costó seiscientos euros y la apertura de una ficha policial. La semana pasada, mientras disfrutaba plácidamente de un café irlandés en
la terraza de un bar, me metí en la conversación de una pareja que charlaba ilusionada sobre la película que iban a ver en el cine. Después de corregirles
varias veces y de contarles que el asesino, como siempre, era el mayordomo, tuve que salir corriendo de allí ya que el hombre, muy enojado, quería que
le abonase el dinero de las entradas. Ayer mismo mi mujer, después de veinte años felizmente casados, me puso las maletas en la puerta, alegando como único
y convincente motivo que no aguantaba más mis absurdas correcciones. Después de gritarme: “Ahí tienes las maletas. Vuelve cuando cambies de actitud. ¡A
tomar por culo!”, yo, tan ocurrente como siempre, contesté:
- ¡A tomar por el culo!, cariño; se dice ¡a tomar por el culo!
¿Me entienden ahora?

AMADO STORNI
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LA CORTA VIDA DE UN PANECILLO
Hola amigos! Dejad me presente: Soy Bollito, un sabroso y tostado panecillo de sobremesa, uno de esos que en los restaurantes o bares de carretera dan la
bienvenida al cliente dentro de una cestita. Mi misión y la de mis compañeros no es otra que ser degustado en las comidas por el primero que nos eche el
guante. El motivo que me dirija a vosotros es que quisiera expresar mi malestar y formular una denuncia respecto a los desafíos y abusos a los que nuestro
gremio se expone durante nuestro corto paso por esta vida tan ingrata.
Como cada día Juan, el tabernero nos ha colocado sin pizca de delicadeza dentro de un mugriento y apestoso recipiente de mimbre. Para disimular las manchas
de grasa que salpican nuestra improvisada mansión, ha tapado los bordes con una servilleta de lino a cuadros rojos y blancos, que a su vez juego hacía
juego con el mantel que cubría la mesa y al que un paso por la tintorería no le vendría nada mal. A esa hora y recién sacados del horno, mis hermanos y
yo estábamos tan blanditos y vulnerables que crujíamos al menor toque y desprendíamos un sabroso olor capaz de atraer al más glotón e invitarle a devorarnos
de un solo bocado.
Pero para eso habíamos venido a este mundo y por eso se nos había inculcado desde el mismo instante en el que el panadero amasaba la harina con fuerza y
cariño que habíamos sido creados con la finalidad de deleitar los paladares más exigentes del planeta. Y ahora esperábamos impacientes que nos llegase
el turno de que algún comensal hambriento y desesperado nos hincase el diente y devorase nuestros tiernos y jugosos cuerpos.
El primer candidato que se acomodó en nuestra mesa fue un camionero en ruta. Acababa de desperezarse de una larga e incómoda noche en el interior de la
cabina de su camión, y entre bostezo y bostezo, espolvoreándonos con su aliento fétido, le pidió a Juan algo contundente para soportar la larga jornada
de carretera que se le avecinaba.
“¡Tráeme unas crujientes y sabrosas tostadas con beicon y huevos fritos y una ración extra grande de patatas bravas!”
A nosotros no nos dedicó ni una mirada. No éramos dignos de su apetito voraz. Con envidia observábamos desde nuestra guarida cómo engullía su desayuno,
masticando con la boca abierta y dejando entrever su dentadura salpicada de caries. De vez en cuando intercambiaba algunas palabras con Juan a la vez que
nos rociaba con migas y restos de su sándwich. Cuando terminó su comida, Irene, la ayudante, se apresuró a recoger la mesa, limpiar los restos de comida
que el camionero había esparcido a su antojo y nos volvió a colocar sobre la mesa. Con una rápida mirada se cercioró de que aún seguíamos presentables.
El próximo comensal era un señor de negocios que casualmente pasaba por la zona. Mientras esperaba a que le sirviesen la comida, no paraba de atender llamadas
de móvil. Parecía deleitarse mientras gritaba órdenes al teléfono y maldecía en voz alta. El hombre extrajo con sus dedos regordetes a uno de mis compañeros
de la cesta y empezó a juguetear distraídamente con él. Lo rodaba de un lado a otro de la mesa, le hincaba el dedo en el pecho y se lo lanzaba de mano
en mano, como si fuese una pelota de tenis, estrujándolo fuertemente cada vez que se enfadaba con su interlocutor invisible.
Justo antes de que Irene acudiese con su menú acababa de depositar a nuestro maltrecho hermano en la cesta de cualquier manera. El pobre no paraba de quejarse
de los malos tratos sufridos, mientras que los demás intentamos consolarle y darle ánimos. Le colocamos en el centro y procuramos darle calor y un cobijo
confortable. De esta manera procuramos que se recuperase lo más pronto posible de las agresiones sufridas.
Aquel hombre devoró su comida en dos bocados y sin parar de consultar constantemente su reloj de pulsera. Después de haber regado su opulento banquete con
una copa de coñac, cogió un palillo mondadientes con el que se hurgó entre los dientes en busca de restos de comida. Una vez finalizada su higiene bucal
no se le ocurrió mejor lugar dónde depositar el palillo usado, que clavándoselo a uno de nosotros en medio de la espalda. La victima elegida al azar, se
lamentaba de su mala suerte y lanzaba gritos llenos de agonía. Pero no había nada que se pudiese hacer para aliviarle de aquel calvario y tuvo que soportar
aquel sufrimiento inhumano hasta que llegó Irene y le liberó de su improvisada banderilla. Con gran destreza le retocó la corteza para disimular el boquete
y el compañero mutilado volvió a ocupar su lugar en la cesta.
Acudieron varias personas más que saborearon sus frugosos desayunos delante de nuestros ojos, pero que por lo demás no nos hicieron el menor caso. Algunos,
los menos, nos cogían, nos toqueteaban, nos inspeccionaban muy detenidamente para volver a depositarnos en la bandeja, mientras que otros, la mayoría,
se conformaban con aplastar nuestro caparazón comprobando así el estado de frescura, que al parecer no era demasiado convincente. A ninguno de ellos le pa...
OSTERHASE
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DIFERENCIA ENTRE PRECIO Y VALOR
Cuando aquella mujer abrió la puerta de la casa de empeños dispuesta a deshacerse del collar de perlas mallorquinas que había heredado de su madre, nunca
pensé que acabaría siendo abofeteado por ella. Porque cuando aquella rubia de bote, tan estúpida como sensual, de minifalda blanca y palabra de honor rojo
y sin un sujetador que velara por la gravedad de sus dos razones menos cuestionables, me dijo: “ahora entiendo la diferencia entre el precio y el valor”,
refiriéndose al collar que yo mismo le estaba descolgando de su níveo cuello, por el que le había ofrecido trescientos euros y que según ella, su valor
era incalculable yo, ocurrente como siempre, le susurré al oído:
  • Valor es decirte que con gusto me comería ese par de tetas que paseas con descaro. Comértelas no tendría precio.

AMADO STORNI